El fuego ha arrasado esta semana 25.000 hectáreas forestales en Huelva y Sevilla, equivalentes a unos 35.000 campos de fútbol y al 20% de lo quemado en toda España en el 2003. En este caso, el origen del fuego parece estar en la mano del hombre, por negligencia o de forma intencionada. Pero las causas de su rápida difusión se deben buscar en las condiciones meteorológicas. Y quizá un plan de emergencias y extinción más efectivo hubiese podido mitigar el impacto humano, con dos muertos y más de un millar de evacuados.

Se debe intervenir en el paisaje, como lo demuestran la decisión de la Junta de Andalucía de sustituir el eucalipto arrasado por dehesa autóctona o la propuesta de la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, de prohibir durante 30 años que los suelos quemados puedan ser recalificados. Debemos estar preparados para un cambio climático que endurecerá las condiciones de aridez de gran parte de España. Y se deben revisar continuamente los planes contra incendios. Ni la insistencia del Gobierno andaluz en quitar importancia al incendio ni el tremendismo de la oposición, que califica el impacto de peor que el del Prestige, parecen la reacción más adecuada.