Entre el torreón y el Voramar, en la playa de la Almadraba, gusto cada día de plantar mis torres de arena para que el mar las vaya deshaciendo poco a poco con sus olas. Las gentes que conmigo disfrutan del humo de los barcos, conocen mis días vividos y mis noches soñadas. Y una vez al año, que no hace daño, nos reunimos un grupito de personas para cenar a la orilla del mar. Es siempre una cena de postín que, como es sabido, tiene que reunir a un número de comensales comprendidos entre el siete y el doce. Ni más, ni menos. Siete son las maravillas del mundo, siete los sabios y las colinas de Roma; las siete palabras, los siete samurais. En cuando al doce lo más significativo es que son las musas y los apóstoles, también los signos del zodíaco.

Este año será difícil que nos reunamos todos. Falta Ramón Almoguera, aunque Margarita su viuda mantenga el apartamento en Cortemar y se reúna allí de vez en cuando con sus hijos, el ingeniero Ramón, que lo fue de la refinería; Isabel la profesora, y el más joven, Jesús director en Madrid de la Ashurst Morris Crisp, el gran grupo asesor. Pero yo no puedo evitar el recuerdo de aquellos primeros años de Ramón y Margarita en Benic ssim, como cliente del Orange gozando de aquella magia de la Sala Bohío, con Julio Iglesias, Peret, Rocío Jurado, Los Panchos, también Miguel Bosé, la Carrá, Lola, Tip y Coll, Esteso, los singulares grupos flamencos con La Chunga y Caracolillo, Miguel Sandoval y Antonio Gades. Sentados sobre la arena de la playa, Ramón me ha recordado muchas veces lo mucho que aprendimos aquel tiempo de Bohío sobre el arte flamenco: las bulerías, soleá, fandangos de Huelva, rumbas, granaínas, alegrías, malagueñas, tarantos... Tanto les embrujamos de Benic ssim en aquellos años setenta que acabaron por comprarse un apartamento en la calle La Corte, con silla en primera fila de playa.

Mientras tanto, Juan Muñárriz me sigue enviando versos: Llega la noche,/ ruidos, rumores/, palabras, amores./ Todo se transforma en sencillas línesa impresas,/ levantadas para ser leídas,/ para apuntalar/ esperanzas y alegrías,/ como las torres de arena.

Ya achacoso, el que tampoco ha venido es el militar pacifista jubilado y poeta José Miguel Castillo. A sus compañeros de paseos, Paco Aparisi y David Segura les faltan sus versos sobre la sandía de Castellón, tan sencillos: verde, brillante y tersa por fuera/ cual esmeralda limpia y gigante;/ dentro, la pulpa roja e incitante/ reclamando una boca que la hiera,/ como mujer que, ansiosa, se ofreciera/ con sus labios en beso apasionante... También añoran a José Miguel la pareja Paquita y Agustín Sales, aunque no la sandía, que ellos son muy expertos en productos de la huerta, calabacines y tomates de exquisito sabor. Ahora les ilusiona la venida de un nuevo nieto para el otoño. El poeta García Ferrada les dice que será frutal estuche de nácar y de espuma, lecho de corales y de perlas. Como nuestro mar, mira que bien.