Algunos de los activistas que le quedan a ETA consiguieron hacer estallar ayer dos artefactos de poca potencia en sendos enclaves turísticos del Cantábrico, San Vicente de la Barquera y Ribadesella. Esta vez no se vertió sangre, y sólo hubo que lamentar daños económicos. Pero la debilitada organización terrorista, que llevaba siete meses sin poder perpetrar un atentado y que ha encadenado reveses policiales y judiciales en los últimos años, consiguió lo que buscaba: recordarnos que todavía continúa ahí, que aún le queda la capacidad y la voluntad de seguir matando.

ETA amplificaba así el mensaje que había dado el día antes el Ministerio del Interior al identificar a seis etarras que podrían cometer atentados en la costa mediterránea. Lamentablemente, perpetrar actos criminales estará siempre al alcance de unos pocos por desarbolada que esté su organización clandestina. Sin embargo, aunque pueda cometerlos, es harto improbable que esta ETA diezmada, acosada y aislada como nunca pueda volver a condicionar la vida vasca y española. El mito de su imbatibilidad ya no tiene predicamento social ni político. Los etarras están ahí, pero saben que con las armas no lograrán nada.