Paralelamente al bullicio y calor veraniegos, refrescos, tapitas, cubatas, frescor de orilla, cuerpos danone --y no tan danones--, transparencias textiles; fiestas de la espuma; luces psicodélicas; fiberos; sentadas a la luz de la luna-, la luz de la luna-, luz de luna- (Selene, madre hermafrodita de poetas, trotamundos, vagabundos y bohemios, en sus mil formas y manifestaciones); fina y rebelde arena que más se nos escapa cuanto más la aprisionamos entre los dedos de las manos; miradas furtivas, amores furtivos, adioses furtivos-; lágrimas falsas, lágrimas verdaderas; despedidas amargas, dulces despedidas; asfalto de sangre, vidas perdidas; N-340 asesina, AP-7 negociante; a alcalde muerto, alcalde puesto- ¡Verano, verano, verano!, y paralelamente, decía, digo-

Mientras la canícula aprieta en estos primeros días de agosto y el bochorno descompone los entrecejos, mientras todos nos abandonamos a la merecida holganza, alguien cuida de que nuestra salud, por cualquier percance, sufra el menor deterioro posible. Sí, y lo hacen de manera muy profesional. Por primera vez, y espero que no sirva de precedente, mis huesos han dado en una blanca y limpia cama de hospital, ¡en verano! Y estoy aquí pues por lo mismo que la gran mayoría (que podemos contarlo después): porque me ha dado un jamacuco garguero y necesito cuidados especiales. ¡Vaya por Dios, en verano!

Carmen, Ana, Emilia, Belén, Cecilia, Raquel- (mujeres, mayoritariamente mujeres), forman parte de ese pequeño ejército albuginoso que, día a día, y puntualmente con cada turno, acuden al Hospital General de Castellón, ¡en verano!, para cumplir sus diferentes cometidos. Son los brazos ejecutores de las órdenes de los administradores y facultativos y quienes están en contacto permanente y cotidiano con los enfermos. Y lo hacen con el semblante dibujado en un cuadro de amabilidad y con un espíritu vocacional y de servicio que a mí, personalmente, me ha sorprendido de manera muy grata.

Desde primeras horas de la mañana, con la recopilación de los cuadros febriles, controles de orina o cualquier otro tipo de control, reparto de medicación, enganche de goteros, limpieza, desayunos, visitas médicas, envío a pruebas, etc., empieza una jornada diaria en la que la atención al enfermo y, sobre todo, que esa atención sea de calidad, se ha convertido, a mi juicio y por mis impresiones personales, en un referente de nuestro Hospital General. Nada que envidiar, como hace muchos años atrás, a otros centros de referencia. Sin duda, los avances tecnológicos, o de otra índole, con los que se ha dotado al centro sanitario castellonense en los últimos años han sido importantes. Pero mucho más lo es el capital humano del que dispone --sin distinciones jerárquicas-- al que hay que conservar y cuidar entre todos para que sirva de ejemplo permanente a generaciones venideras de servidores públicos.

Desde mi habitación, ubicada en una planta tranquila como es la de otorrinolaringología, maxilofacial y urología, la vista se me pierde por Penyeta Roja y, al sexto día, me invade una sensación conjunta de aburrimiento y síndrome carcelario porque las ventanas, todas cerradas, agobian. De todas formas, a la par que asea mi cama, una auxiliar de gestos muy pausados --que esconde sus canas sobre un rubio artificial-- de manera sensata y con el valor añadido de la experiencia acumulada, me advierte: "Aquí no existen las prisas. El que tiene prisas en el hospital, malo". Es cierto, aquí el tiempo, las horas, son de otra manera. Pasan de otra manera. Me aplico al cuento y asumo la estancia que determinen los galenos desde la estampa positiva del cliché: "Seguro que es en mi beneficio" y, frente a tan buen personal que me atiende y en franca correspondencia, yo necesito también ser un buen enfermo.

Pero, entre pensamiento y pensamiento, agobios, aburrimientos o no, se me llena el alma de una impagable sensación de tranquilidad, de relax, de infinita confianza y de agradecimiento hacia quienes me rodean y velan por mí- Algo absolutamente importante para un paciente y su buena evolución. Estoy en buenas manos. Estoy en muy buenas manos. Estoy en las manos de esa sanidad pública en la que, sin duda, también confía el actual conseller de Sanidad, Vicente Rambla, quien ha elegido, para someterse a una reciente operación quirúrgica, el Hospital Comarcal de La Plana. ¡En verano! Ojalá todo siga mejorando para que nunca podamos escribir aquello de "érase una vez un hospital". ¡En verano o en invierno!