Ahora pretenden hacerlo en nombre del turismo. En los años 60 lo hicieron en nombre del progreso. Siempre han buscado una coartada aparentemente ilustrada para avalar un modelo depredador e insostenible. Me explicaré.

La urgencia por simular algún tipo de justificación que soporte la moción de censura registrada en Benic ssim, ha forzado un improvisado y destartalado debate sobre el modelo turístico que necesitamos. El nuevo-viejo equipo de gobierno (recordemos que si exceptuamos el último año llevaban 8 largos años de mando) se presenta en plan salvapatrias con una agenda de temas que merece la pena examinar. La agenda en cuestión, más allá de la interrupción de líneas de trabajo y proyectos activados para mejorar nuestro entorno ambiental y la calidad de nuestra democracia, se basa en apostar, como antaño, por el hormigón y la cementera. Lo que llevamos escuchado hasta el momento se sitúa en la senda del viejo desarrollismo sin cautelas. Centros comerciales donde habíamos previsto parques y espacios peatonales, desecaciones donde un ecosistema húmedo clama por sobrevivir para que nuestros hijos disfruten de un paisaje en peligro de extinción, puertos deportivos en la única zona de acantilados que existe y cuyo impacto condicionaría la pervivencia de nuestras playas (principal atributo turístico de la localidad), etc. Esta es la agenda de los de siempre: más suelo, más metros, más solares disponibles, urbanizables, comestibles, etc. Pero dicho esto, doctores tiene la iglesia y tal vez seamos nosotros los que no estemos acertando en la interpretación de lo que realmente necesita Benic ssim. Como siempre presupongo que puedo estar en un error pero, sinceramente, me temo que todas esas familias que se están hipotecando media vida escogiéndonos para vivir todo el año, coincidirán en que la calidad de vida que vienen buscando no cristalizará con gobiernos que lo confían todo a la locomotora inmobiliaria.

Sea como sea, lo que humildemente creo que no debería suceder es lo que está pasando. Resulta inadecuado todo el aluvión de saetas y lamentaciones que escuchamos a quienes ahora mandan. Alientan un clima de desesperación para emerger después con un paquete de medidas de salvación nacional. Ya hemos señalado que son las de siempre. Con una salvedad, planteadas en pleno siglo XXI y tras la experiencia acumulada, las recetas suenan más rancias que nunca. Lo peor de todo es que, a diferencia de lo que hicimos nosotros, este nuevo-viejo gobierno nos devuelve a la crisis de identidad. La peor de nuestras pesadillas como ciudad. Que si no sabemos qué somos ni quiénes somos, que si o turísticos o residenciales, que si tirios o troyanos. Ese debate sólo pueden fomentarlo aquellos a quienes puede serviles mantener vivos a nuestros peores fantasmas y nuestros complejos de inferioridad. Desde luego lo que necesitamos no es lo que le convenga a determinadas empresas ni a quienes desde instancias políticas de Castellón pretenden delimitar nuestro destino como municipio. Benic ssim no necesita salvapatrias porque no está en peligro. Benic ssim necesita responsables que, dicho metafóricamente, no se entreguen al primer becerro de oro que se presente. Tenemos un Plan Estratégico de Turismo, fruto del consenso entre administración y sociedad civil, así como un PGOU con claves indiscutibles de orientación socioeconómica, una Agenda 21 para regenerar nuestros valores ambientales y, si continuaran con nuestros deseos, un programa de actuaciones sociales y culturales para fortalecer nuestra cohesión y prestigio. Nosotros reivindicamos el optimismo. Debemos tener ganas de ganar el futuro. Eso es lo primero, el umbral y el pórtico para avanzar con la esperanza necesaria. Lo que no puede ser es que, cuando se trazan unas coordenadas de vuelo, se consensúan y se debaten democráticamente, vengan a irrumpir personajes que rompen la baraja y de la manga se sacan las cartas -trucadas- que la historia ya descartó por fraudulentas y contrarias a los intereses generales. Benic ssim sí tenía un norte. Hoy, con el Pacto del hormigón, parecemos desnortados.