Una vez más, Silvio Berlusconi (Milan, 26-9-1936), primer ministro de Italia e importante empresario, se ha ido de rositas. Absuelto por prescripción del delito de haber corrompido a un juez --lo hizo, pero sus juzgadores han utilizado un recurso legal para no condenarle-- es un pésimo ejemplo de cómo los altos tribunales italianos pueden actuar a favor de un político que es el dueño de grandes medios televisivos, periodísticos y editoriales. Berlusconi no tiene quien le frene. Le conocen popularmente como Il Cavaliere y en verdad que no sólo cabalga, sino que considera perros ladradores a los que creen en las leyes y confían en normas éticas y democráticas para todos, pero que no deben estar hechas para él.

Berlusconi ya sabía que le absolverían. No ha necesitado arrepentirse ni tener propósito de enmienda como enseña la Iglesia Católica. Y como no piensa en dimitir, lo único bueno para los italianos de su actual absolución es que no convocará las elecciones anticipadas con las que había amenazado. Porque de ganarlas, tendría un mandato más largo...