Ya viene la Navidad. Un tiempo en el que se anuncian compromisos de amor y paz hacia los demás. Pero, claro, a estas alturas de la historia ya existen pruebas, más que suficientes, que denuncian que todo es un disfraz. Parece ser que, año tras año, cuando desaparecen las luces callejeras y se secan los abetos de los comedores, también se olvidan las promesas de fraternidad. Incluso, diría que nos olvidamos de los otros, de los países y las personas empobrecidas. Algo así como que, el furor solidario se retira para dejar paso a la cotidiana indiferencia de las instituciones y de la sociedad civil.

De todas formas, y aunque lo dicho sea cierto, tengo la impresión de que algunas cosas están cambiando. Empiezo a ver que, ciertas O.N.G.´s no quieren participar de un rito que, cada día más, es un claro ejemplo de hipocresía social. Tal vez por eso, esta vez han comenzado a sacar los incumplimientos e irresponsabilidades de decenas de Gobiernos. Incluso señalan que si los países ricos no cambian la tendencia actual y se comprometen a incrementar la ayuda al desarrollo, a cancelar la deuda externa de los países pobres e implantar reglas comerciales más justas, no se cumplirá ninguno de los Objetivos del Milenio (erradicar pobreza extrema, luchar contra el Sida, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente, etc...) fijados por las Naciones Unidas. Una desgraciada realidad que va a provocar más muertes de las previstas y, aún se complica más, cuando se observa como la Ayuda Humanitaria de los países ricos obedece a criterios políticos en lugar de a criterios de necesidad. Tal vez por ello, se la niegan a África y la destinan a Irak y Afganistán. A parchear los desastres provocados por la guerra de EE.UU contra el terrorismo.

Es Navidad. Una buena ocasión para reflexionar porque somos más ricos que nunca y, al tiempo, más imbéciles que nunca.