Un chico de 14 años de Lloret de Mar, Eric Bertran, tuvo que presentarse días atrás en la Audiencia Nacional de Madrid imputado por el delito de terrorismo por haber desarrollado la ocurrencia de enviar varios correos electrónicos a tres empresas lecheras y de distribución, instándolas a que etiquetaran sus productos en catalán.

El chaval, que además de ser políglota se había inspirado en los protagonistas de las novelas de Harry Potter que estaba leyendo esos días para firmar sus correos, tiene a su favor, y espero que la Audiencia Nacional lo tenga en cuenta, la definición de terrorismo acuñada hace muy pocos días por Naciones Unidas a través de un grupo de expertos. En el documento A/59/565, página 55, de la Asamblea General de la ONU del 2 diciembre se entiende como terrorismo "cualquier acto destinado a causar la muerte o lesiones corporales graves a un civil o a un no combatiente", algo que todas luces no pasó en ningún momento por la cabeza de este joven ni por el soft de su ordenador.

El chico será lo que quieran, pero ni por asomo puede calificarse de terrorista. Le habrá bastado con el susto de ver aparecer en su casa a una veintena de agentes de la Guardia Civil y quedarse unos meses sin manipular su aparato.

Está bien que en estos tiempos tan novedosos se vigilen determinados correos electrónicos enviados desde direcciones sospechosas, pero es un mal síntoma que la acusación de terrorista se utilice para cualquier actuación que se sale de lo convencional, justamente porque beneficia a los verdaderos terroristas.