Nos toca el Gordo o nos toca el Flaco. Cuando me dispongo a escribir estas líneas no tengo ni idea. Cuando ustedes las lean ya lo sabrán. Si ustedes son ricos ni leerán esta columna mía. Si no lo son, anuladas todas las perspectivas, tampoco la leerán. O por exceso de alegría o por sobra de desilusión, la mayoría no estará disponible para leerme. Entonces, ¿para quién escribo? Algo les puedo vaticinar: si hoy son ricos, no serán ustedes felices. O más felices que ahora. El dinero les dará un alegrón momentáneo, duradero por poco tiempo pero, a día de hoy, no conozco a ningún millonario que sea feliz. Y si no tienen dinero seguirán como ahora, es decir, más o menos felices y más o menos descontentos, en un móvil perpetuo hasta que el cuerpo, feliz o infeliz, no aguante más.

¿Para qué quieren ustedes el dinero? No trae más que preocupaciones. Y el no tenerlo, también. Se puede ir a la cárcel por tener mucho numerario o por no tener ni una moneda. O sea que, con dinero o sin dinero, pueden ustedes ser igualmente felices o infelices. Depende de cómo se lo tomen ustedes. Lo cual es el consuelo que necesitamos los que no somos ricos ni esperamos serlo por un golpe de suerte. Por todo ello, lo mejor es no pensar en ello, vivan ustedes tranquilos, alimenten moderadamente la pequeña ilusión de que hoy sale y a alguien le ha de caer sobre la cabeza el cuervo de la fortuna. ¿Y si es a mí? ¿Y si no es a mí? Igual seguirán latiendo los corazones y el señor Dickens continuará escribiendo sus cuentos de cuando no logró hacerse rico por la lotería. Ya habrán comprendido ustedes que hoy no quería escribir de nada serio. ¿Y si nos toca?