El problema para la adhesión de los turcos a la Unión Europea es que son 70 millones. Tanta gente asusta a los países de más recursos, que temen verse invadidos por los emigrantes de la media luna, más aún de lo que lo está ya Alemania. Y causa pavor entre los países que cobran subsidios y ayudas comunitarias, que se ven amenazados por la pérdida de las ventajas actuales. Si fueran pocos, no habría ningún problema, como no lo tendrán Bulgaria y Rumanía, de parecido nivel de desarrollo.

Para llegar algún día a la adhesión, el país aspirante tendrá que pasar rigurosos exámenes y, aun así, si los aprueba, la integración no se llevará a cabo antes del 2014. Con unos pocos millones de ciudadanos, todo se le perdonaría, el plazo de espera se acortaría y Bruselas hasta presumiría de acoger en su seno a un país de islamismo moderado, para que tomaran ejemplo otros naciones creyentes en Alá, con las que la UE podría alcanzar fórmulas de cooperación. Y que viera EEUU, donde todo lo que suena a musulmán resulta sospechoso, el grado de convivencia que es posible en la Unión Europea.

Ahora me explico por qué estos días se han explicado tan poco los esfuerzos de Turquía por europeizarse, mantenidos hace casi un siglo por Mustafá Kemal Ataturk, nacido en Salónica. De no haber sido por él, los turcos escribirían con la grafía árabe; los hombres llevarían fez, subsistiría el harén y las mujeres se taparían la cara con el velo; la fiesta semanal sería el viernes y el calendario, el de los vecinos países árabes; mandaría el sultán integrista y no un presidente de la República laica. Bruselas parece que no reconoce la labor de aquel hombre que tanto se inspiró en Europa.

En las fotografías aparece rubio. ¿Se habría teñido para parecer aún más europeo?