He estado tentado de escribir sobre las tretas del presuntuoso Zaplana con el dinero público para hacerse publicidad, pero he desistido. Son días navideños y no es éticamente lícito angustiar al prójimo con historias mezquinas, impropias de estas jornadas. Que no se diga que los periodistas nos recreamos en lo que hay de negativo en la actualidad diaria. Tenemos ahora una gran noticia y ésta no es otra que el reconocimiento mundial de Ronaldinho como el mejor futbolista de 2004. Me parece mucho más serio escribir sobre la simpatía del jugador que sobre las argucias poco claras del envarado Zaplana con el dinero de todos. Los niños, cuando le ven en tele, se echan a llorar. Hasta les caen las lágrimas a algunos cuyos padres militan en el PP.

El mejor futbolista del año, pero también el que sonríe mejor, el de simpatía más contagiosa. De él se puede decir que es más que un futbolista. Le ha premiado la FIFA. A ver si lo galardona ahora la Organización Mundial de la Salud, porque con su cara risueña cura al deprimido y levanta la moral del que sufre decaimiento de ánimo. Es un remedio eficaz contra la congoja que generan los muchos Zaplanas que hay en este mundo. Responde con una sonrisa al que quería propinarle un patadón, que no tiene más remedio que excusarse, y su mirada es de saludables efectos, incluso para los que no van al fútbol.

Gracias a él, el Bar§a se ha convertido en una ONG que reparte ganas de vivir. La gente va a verle a los campos con la fe con que antes se iba a Lourdes. Su mirada festiva es una lección permanente sobre la necesidad de afrontar con una sonrisa los cabreos de la vida cotidiana. ¡Cuánta falta nos hacen personas como él, para compensarnos de la crispación de tantos políticos!