De nuevo el obispo de Segorbe-Castellón pierde la serenidad y la objetividad en unas declaraciones públicas. Iluminado por su obsesión enfermiza hacia la homosexualidad y guiado por su personal interpretación fanática de la doctrina, centra sus palabras en el mundo educativo, afirmando hoy que "la educación sexual que se imparte en los institutos y centros educativos de Castellón se reduce a lo que se llama sexo seguro, al reparto de preservativos y a la movilización y exaltación de la homosexualidad y el lesbianismo".

En boca de un obispo no se pueden encontrar unas palabras tan poco objetivas y tan alejadas de la realidad para referirse a la enseñanza pública. La educación sexual, incluida en los currículos escolares, fruto de la demanda de todos los colectivos sin excepción, se imparte en los centros de acuerdo con criterios científicos, con unos contenidos acordes a las edades y conocimientos del alumnado y de forma totalmente alejada a la movilización y exaltación tanto de las tendencias sexuales como de las filosofías y dogmas que conforman las conciencias de los educadores o escolares.

En nuestros institutos es impartida en sus aspectos científicos por los profesores y profesoras del departamento de Ciencias Naturales. Su profesionalidad impide cualquier desviación como las que Reig les supone. Para ellos es un doloroso trance escuchar unas palabras tan injustas y malintencionadas en boca de un obispo católico. Los aspectos más subjetivos e ideológicos o sociales que puedan incidir en la educación sexual se imparten en clase de ética. Para las profesoras y profesores de ética, las palabras de Reig son un insulto a la inteligencia y a la razón. El reparto de preservativos, uno por alumno y una sola vez cada año, está incluido no en las clases de educación sexual, sino en una campaña de prevención de enfermedades de transmisión sexual y muy en concreto el SIDA, realizadas por profesionales del campo de la sanidad pública.

Cabe deducir, de manera objetiva, que las palabras de Reig son una exageración interesada para devaluar la enseñanza pública y la profesionalidad de los docentes. Son una mentira, piadosa, pero mentira, fruto del pensamiento fanático de una persona histriónica, que pierde los papeles ante una nube de micrófonos por su incontinencia verbal y su sesgada y retorcida interpretación del pensamiento católico-romano.

Aún aceptando, cómo no, sus principios y su forma de entender la sexualidad, debe aceptar en primer lugar que no tiene por qué ser la única en una sociedad aconfesional. En segundo lugar, por más obispo que sea, no tiene el menor derecho a denigrar el trabajo de unos profesionales que no tienen otro interés que servir mejor a la sociedad y, en tercer lugar, comete un desatino, al que estamos acostumbrados al despreciar a la enseñanza pública para defender los intereses económicos y fundamentalistas de sus colegios religiosos.

Con sus declaraciones sobre la enseñanza, el obispo de Segorbe-Castellón nos vuelve a enseñar las facetas más irresponsables, más homófobas y más bárbaras de la actual jerarquía católica.