Parece mentira, pero es cierto: la vieja historia de la lengua está de moda. Esa absurda confrontación que arrastramos los valencianos (hace 30 años) y que tiene que ver con la identidad del valenciano y su unidad con el catalán, vuelve a la actualidad. Por ello, quiero señalar que si alguien piensa que estamos hablando de un problema filológico, tengo la impresión de que se equivoca. El asunto, desde un punto de vista científico, está resuelto. Las academias de la lengua y la historia, los congresos de lenguas románicas, las universidades, incluso todo bicho viviente que sea serio o investigador, todos, tienen claro que: el catalán y el valenciano expresan una indiscutible unidad lingüística.

Si por el contrario alguien entiende que estamos ante un problema social, soy de los que pienso que, quien diga eso, miente. Quiero decir que la gente no es tonta y, si no se la manipula o confunde, sabe que en asuntos técnicos lo mejor es dejarse guiar o aceptar las explicaciones de las instituciones cualificadas. Por eso, si en ciertos casos respeta el dictamen del médico, del arquitecto o del ingeniero, en tema tan singular como el de la filología también habría hecho igual. También habría escuchado sin reacciones raras la voz autorizada de la Universidad, por ejemplo.

Así es que, permítanme que lo diga, el problema es político. Tiene que ver con la existencia, en el País Valenci , de una derecha inculta, no ilustrada, irracional y de macho y carro. Una derecha que olvidó su identidad y vivió 40 años bajo la más pura capa del centralismo y la castellanización. Una derecha que, ahora, por ganar votos, politiza el origen de nuestra lengua e intenta, a la vez, arrancarla de su raíz o identidad natural. Una derecha que, naufragando en su propia trampa, también tiene miedo a rectificar y perder los votos dels blaueros. Una derecha que da y nos provoca pena.