Cuando en un próximo futuro vuelva de un fin de semana en Londrés, París o Madrid, me alegrará que en mis maletas, la cinta que pongan en el cheek in, lleve en lugar de la BCN, de Barcelona, o la VLC, de Valencia, las letras que encabezan este artículo u otras parecidas indiquen que mi destino es el aeropuerto de Castellón. Y que con una buena carretera llegue a mi casita lo antes posible.

Se prevee que será una realidad en el 2007. El 5 de marzo del año pasado se firmó el acta de replanteo e inicio de trabajos actualizando el contrato de construcción y explotación que firmaron el 16 de diciembre de 2003 Aeropuerto de Castellón, S.L. y Concesión Aeroportuarias, S.A. (FCC, Lubasa y PGP). La idea nace de muy atrás, si bien formalmente surge de los responsables políticos de la Diputación de Castellón en el año 1996. Me cuentan que ya el padre del presidente de la misma, Carlos Fabra, lo tenía en la cabeza. Desde entonces se han ido cubriendo etapas, con más o menos apoyos, según vienen los tiempos y con la mayor rigurosidad ecológica que nunca vieron ojos de aguilucho cenizo, ni de ningún otro tipo, ya que tiene declaración, estudio y programa de vigencia de impacto ambiental.

El proyecto es construir una pista de 2.700 metros con su calle de rodaje paralelo, los sistemas más avanzados de aproximación, plataforma de estacionamiento, una terminal de dos niveles con 4 fingers, aparcamientos, terminal de carga, torre de control, y, en fin, todo lo necesario en una instalación moderna que costará 105 millones.

El desarrollo turístico, económico y social de la provincia de Castellón lo exige. No es de recibo ser la única provincia de toda la costa mediterránea española sin esta infrastructura. Cada año, 5.500 aviones, 600.000 pasajeros, ustedes y yo lo disfrutaremos.