Quienes cruzamos el umbral de la juventud con el Pontificado de Juan Pablo II, hicimos propio a través de cada uno de sus gestos, un mensaje continuado de renovación en el valor universal de la paz, y en la certeza de que las puertas a la esperanza son patrimonio de quienes creen en la identidad del ser humano por encima de estructuras e intereses como aquellos que en su día pretendieron ahogar el bello perfil de su querida Polonia.

Su entendimiento y proximidad a los jóvenes ha quedado patente en cada uno de sus viajes. El estadio de Santiago Bernabéu, la Plaza del Pilar en Zaragoza, el compostelano Monte del Gozo, la madrileña Plaza de Colón y el aeródromo de Cuatrovientos, han sido escenarios donde sucesivas generaciones de veinteañeros ilusionados por su profunda simpatía con un "joven de 83 años" como él se autodefinió, hicieron suyo el propio lema papal de "totus tuus..." y jalearon incondicionalmente su incombustible energía, su entrega, y su defensa de la dignidad del ser humano. Dignidad, que mediante el ejemplo de un particular via crucis apoyado en su mala salud de hierro, le ha llevado a extender su acción pastoral y su espíritu de fraternidad, más allá de las áreas de influencia tradicional en el Estado y Credo que lideró.

Karol Józef Wojtyla transmitió a los jóvenes, creyentes o no, un testimonio vivo del sueño capital de cada adolescente: El afán insaciable por conocer, mejorar el mundo y saberse parte de ese hermoso proyecto. Sentir físicamente la cercanía del anciano Papa, la calidez de su voz, y la complicidad de sus comentarios improvisados, le convirtió frente a los jóvenes, en transgresor de los límites estrictos de la Institución Pontificia, para dejar en cada uno de sus encuentros, la impronta de un buen amigo. Un amigo cuya partida entristece, y por el que cada nueva cita es anhelada con el mayor de los entusiasmos.

Los avatares políticos de su lejana Polonia, cuna de resistencia al imperialismo nazi y al fantasma del yugo soviético, fraguaron indiscutiblemente la personalidad profundamente tenaz y humana del joven Wojtyla, anclando el alma del curtido montañero que fue, en la humildad con la que sólo los grandes hombres de la Historia honran a las generaciones venideras.

Sus 26 años de Pontificado, han estado repletos de cambios en el orden mundial, cambios que quedarán ya históricamente vinculados de un modo más o menos directo, a la intervención de Juan Pablo II, quien ha renovado constantemente con su alegría el "color esperanza" de tantos rincones del planeta.

Como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y Jefe del Estado Vaticano, Juan Pablo II recibió en 1.989 al presidente de la Unión Soviética Mihail Gorbachov, lo cual supuso una importantísima contribución a la caída del régimen comunista ruso, y con él, la desaparición del paternalismo soviético en la Europa del Este, precipitando el restablecimiento de la identidad nacional en los países del área. Declarado abiertamente detractor de la guerra de Irak y del conflicto de Oriente Medio, ha recibido en audiencia tanto a Yaser Arafat como a Simon Peres. E incluso en junio del pasado año, al recibir en la última audiencia Vaticana despachada al presidente Bush, éste le entregó la medalla de la Libertad del Congreso de los Estados Unidos, que constituye una de las condecoraciones de mayor prestigio y reconocimiento otorgadas por este país.

Su carácter conciliador y su visión integradora del espíritu universal, ha propiciado hechos como que en los textos pontificios apareciese por vez primera la expresión "ciudadanía mundial", que sostuviese la primera entrevista de la historia en 1.993 con un emperador Nipón --Ahikito--, o con el presidente cubano Fidel Castro, (1.996), que fuese el primer Vicario de Cristo en reconocer los derechos nacionales del pueblo palestino, así como en cruzar el umbral de una iglesia luterana y una sinagoga judía en Roma (1.983 y 1.986 respectivamente), o de la mezquita de los Omeyas en Damasco (2.001), que fuese asimismo el primer Pontífice en abrir un puente de distensión durante su viaje de 24 horas a Grecia (2.001) entre el cisma que dividió a ortodoxos y católicos, en normalizar las relaciones diplomáticas con el estado de Israel (1.994) donde pidió perdón ante el muro de las lamentaciones por las atrocidades cometidas por los cristianos contra el pueblo judío.

Para este excepcional eslavo de ojos hundidos, mentón prominente y amable rostro, los días de peregrinaje por los pueblos del mundo han concluido. Su misión en la Tierra, será en breve parte importante de la Historia, mientras quizás él observa ya relajado, como el paso del tiempo va haciendo mella poco a poco en quienes un día le escuchamos en la plaza de Colón o en Cuatrovientos. Quizás también lleguemos nosotros mismos a ser alguna vez, unos jóvenes de 83 años como Karol Józef Wojtyla, nuestra senda se convierta entonces en una continua primavera de estaciones penitentes, y podamos a pesar de ello, advertir alguna flor junto a la orilla. Pero hasta ese momento, agradecemos a la Providencia que hoy acoge el alma de este incansable viajero, el valioso regalo de su presencia en nuestro camino. Nos quedaba desearle: ¡Buen viaje a casa, Santidad!