Los funerales por el papa Juan Pablo II en el Vaticano se convirtieron ayer en un acontecimiento global. Líderes políticos y religiosos de todo el mundo asistieron a las exequias, cientos de miles de personas las siguieron desde la plaza de San Pedro y las calles de Roma y millones las contemplaron por televisión en todo el mundo. En este fenómeno de masas han participado quienes simplemente fueron fascinados por la imagen del Papa y los creyentes convencidos que ayer reclamaban la beatificación inmediata de Karol Wojtyla. Pero no aquellos que se sienten ajenos a su mensaje, aunque hayan pasado desapercibidos en este despliegue mediático.

El fervor de estos días no indica necesariamente que en el Viejo Continente vaya a vivirse un renacimiento religioso similar al que está imponiendo los valores conservadores en EEUU. Pero obliga a reflexionar a los sectores convencidos de que la secularización es un fenómeno unánime en Europa. El nuevo papa tendrá entre uno de sus retos, precisamente, gestionar esta realidad compleja. Atraer a los alejados de la Iglesia sin perder por el camino a quienes estos días han demostrado su entusiasmo, profundo en unos casos, superficial en otros, con el pontificado que ya ha acabado.