Son 500 millones los católicos hispanohablantes. Dicen que forman la gran reserva espiritual de la Iglesia romana. Europa se habrá convertido al islam, y en el altiplano boliviano o en la selva amazónica habrá un indio mascando coca con un rosario en las manos. Pero ¡ojo si el Papa no le halaga hablándole en su lengua! Podría correr a apuntarse al templo heterodoxo de al lado. El primer encuentro con la prensa de Benedicto XVI ha sido decepcionante para los representantes hispanos. Se ha dirigido a los 4.000 periodistas presentes en inglés, alemán, francés e italiano, sin pronunciar ninguna palabra en español.

Por activa o por pasiva, con el tema de la lengua se pueden herir muchas sensibilidades. No puede decirse que la exclusión del español haya provocado una corriente de santa indignación por las zonas hispanas del planeta. De momento, la reacción ha sido de perplejidad. El Papa queda perdonado, porque son sus primeros pasos en la carrera pontificia. Si quiere evitar que algo parecido vuelva a ocurrir, debería documentarse sobre la frustración que causan las exclusiones lingüísticas. Sabe latín y le puede ser muy útil. Conoce muy bien el problema. Juan Pablo II llegó a repartir, urbi et orbi, hasta una cincuentena de bendiciones en lenguas diferentes, entre las que no figuraba el catalán.

Cada vez que esto ocurría, el abatimiento dominaba a la ciudadanía del Principado: "¡Roma tampoco nos entiende!". Ahora son todos los españoles, heridos en sus fibras, los que participan del mismo sentimiento. ¡Qué gran verdad aquello de que los caminos del Señor son inextricables!