El nacimiento sigue siendo un punto de división entre las personas. Depende de dónde suceda, las circunstancias comienzan a condicionar el desarrollo vital de los seres humanos. Efectivamente, todo comienza al nacer. Puede decirse que venimos al mundo con bastantes cartas marcadas. Demasiadas. Esta es una evidencia cuyas proporciones son planetarias. Remover todas las trabas que afianzan esta segregación social y territorial de las personas no sólo es una causa noble, sino un objetivo irrevocable para los poderes públicos.

Las desigualdades en el origen de la existencia son si cabe más injustas y retorcidas que las que vamos descubriendo a lo largo de la vida. Son desigualdades infundadas y caprichosas porque el ser humano no ha hecho nada para merecerlas. No ha tenido tiempo.

También en nuestra Comunidad y en la provincia de Castellón se dan síntomas evidentes de desequilibrios entre colectivos humanos en función de su origen y anclajes territoriales. Nacer en un pueblo rural de nuestro interior geográfico no es lo mismo que hacerlo en el litoral desarrollado. Sigue siendo motivo de diferencias en el ámbito de la renta y en el de los derechos individuales y sociales. Tal vez no sobre el papel, pero ya no estamos para conformarnos con la teoría si la práctica real niega todo aquello que las leyes conceden y reconocen.

No es lo mismo vivir a lomos de un PAI (término de la normativa urbanística que hoy desencadena febriles millonadas en la costa), que vivir en el declinar de unas comarcas olvidadas y marginadas del progreso colectivo. Por decencia no vale buscar consolación alegando que en los pueblecitos de la montaña sí que tienen calidad de vida frente a las ciudades sobresaturadas de todo. Este enfoque no sólo constituye una ofensa chabacana sino que resulta completamente erróneo. La ONU hace años que baraja el Índice de Desarrollo Humano como parámetro de análisis de la auténtica calidad de vida de las personas. Así pues, cuestiones como la atención sanitaria (la primaria y la especializada), los niveles educativos, el acceso a la cultura, la integración real de las mujeres, la atención a los mayores y desprotegidos, el papel de la juventud, etc- son fundamentales para saber qué clase de sociedades estamos construyendo. No es ningún secreto que muchos municipios de nuestro interior no ofrecen esos servicios elementales de lo que hemos venido en llamar Estado del bienestar. El éxodo juvenil marca un proceso que ha decapitado pueblos enteros de sus sectores más dinámicos y creativos. Valorar esas pérdidas en términos de estabilidad y progreso es, sencillamente, imposible. Aunque el poder político actual siga presumiendo sobre nuestro liderazgo en todo, el 75% de nuestro territorio vive otra realidad. Mientras las inversiones más costosas y trascendentales se sitúan en una franja que ocupa menos del 10% del territorio valenciano, nuestro interior languidece por falta de pulso e iniciativas esperanzadoras. En Castellón, seguimos siendo dos provincias en una.

Ahora el president de la Generalitat ha presentado el llamado Plan para la Revitalización de las Comarcas del Interior. Infumable. Es una pena porque el mundo rural castellonense ya no resiste más cantinelas sin fondo ni fondos. Esta falacia de plan sólo es otra ráfaga de propaganda para simular movimiento gubernamental en un tiempo sin ideas ni recursos. Examinada la noticia sobre este invento, resulta que tan sólo se trata de juntar todas las clásicas partidas ya existentes en el presupuesto de la Generalitat con destino rural y venderlo empaquetado como algo nuevo y pionero. Tan pionero como el último plan fantasma presentado por el Consell hace tan sólo dos años. El llamado Espai Rural, otro guiño a nuestros municipios de interior. Un plan que duerme el sueño de los justos y que pasará a la historia por su decisiva contribución a la cohesión territorial: duró un día. El de su presentación en un hotel valenciano. Eso sí, con el boato persa que se lleva en estos casos. No puede haber mayor ofensa a los municipios, sus comarcas y todas sus gentes que tomarles el pelo varias veces seguidas.