Sólo pude ver la última parte del documental El cor de l´escala, en el canal 33. Una ancianita subía fatigosamente un tramo de escalera largo y empinado. Era la portera, dijeron que tenía 90 años. Le había tocado la jubilación a los 65. Pero los vecinos se pusieron de acuerdo: no querían que marchara.

Ya he dicho que no vi el programa entero, pero sí lo suficiente para entenderlo: en esa casa se había producido un caso extraordinario de compenetración humana.

Antes, una escalera era un espacio de encuentro. La implantación de los ascensores modificó profundamente la situación. Naturalmente, yo soy partidario de los ascensores, que hacen posible que tanta gente mayor, o con problemas físicos, pueda bajar a la calle a conectar con el mundo. Además, hoy que hay tanta gente que sube a su casa cargada con bolsas o empujando carritos llenos de latas, botellas y paquetes, si no hay ascensor o se ha estropeado...

Pero esta portera que no se jubiló porque los vecinos no quisieron me hizo pensar que, sin ascensor, la gente se encontraba más por la escalera, y ya sé que a menudo algún vecino --o la propia portera-- no era un modelo de simpatía, pero en la escalera había más diálogo. Subiendo y bajando, la gente se encontraba. Y además del buenos días era posible intercambiar alguna noticia, algún comentario. Algún cotilleo, también. "Hace días que no veo a su hija". "Es que ha pillado una gripe que...". "Que no tenga prisa por salir a la calle. Las gripes han de curarse bien curadas...".

También, subiendo o bajando, no era extraño que nuestro paso por un rellano coincidiera con una puerta que se abría. Así descubrí yo que un vecino tenía una biblioteca bien puesta: me invitó a entrar con la famosa frase: "Pase, pase...". Parece ser que la portera del documental se entendía muy bien con los críos de la escalera, les pedía que le enseñaran las canciones de la escuela.

Los vecinos no han querido que la portera se jubilara. Porque ellos mismos no han querido jubilarse de los diálogos.