Érase una vez hace muchos años había un estado-país- nación llamado España. En los últimos tiempos de la autarquía me enseñaron, entre otras muchas cosas que era "una", que lo era: que era "grande", que sólo lo era regular, y que era "libre", que no lo era en absoluto. Pero con la ternura de la infancia me lo creía todo y pensaba que éramos los mejores, admiraba a los héroes históricos de nuestro país el imperio más importante del mundo, hasta que unos piratas ingleses y después los burdos americanos nos destronaron. Pero ya quisieran ellos, al igual que todo el que estaba tras los Pirineos, parecerse a nuestra patria, concepto por el que se luchaba y moría. En casa, mis padres, hijos de republicanos y sin embargo franquistas, sólo les importaba la paz y el desarrollo económico, habían conocido la guerra, y el hambre, algo que yo no logré entender porque gracias a Dios no lo he vivido.

Tras mi primer viaje al extranjero, al que siguieron muchos otros, aprendí que no era así, que llevamos décadas de retraso con respeto a nuestro entorno europeo, que más nos despreciaba que otra cosa y que la libertad y el decir lo que piensas es muy bonito, es imprescindible e irrenunciable. Y llegó la transición, la democracia las autonomías y todo lo que ustedes ya saben. Mejor o peor es nuestro tipo de vida. Pero en el proceso algo ha fallado y, si nadie lo remedia, el futuro parece estar lleno de nubarrones. La Constitución que nos ha marcado el rumbo, se ningunea; el interés general, la historia y la voluntad social se desprecian; las comunidades separatistas parecen triunfar; la solidaridad interterritorial o el sentido de nación ha desaparecido frente al egoísmo mediocre, y la tensión va en aumento, algunos quieren que seamos ex-pañoles. ¿Qué?