Me llega una breve noticia de Alemania que me parece representativa de un fenómeno actualísimo. La protagonista es una señora que ha puesto una querella contra un importante fabricante de golosinas de ese país. El motivo de la reclamación: comió regaliz de esa marca y ahora tiene problemas cardiovasculares. Un pequeño detalle: la cantidad de regaliz que ingirió la señora alemana cada día, y parece que durante bastante tiempo, es de 400 gramos.

Cuesta creer, pero es lo que dice la información: 400 gramos diarios de regaliz. Y acusa a la empresa que la fabrica de los transtornos que sufre con este argumento: la culpa la tendría una sustancia que no se menciona en los paquetes, la glicirrhizina (o como se escriba en castellano).

El fenómeno a que aludía al empezar el artículo es la creciente tendencia a culpabilizar a otro y asegurarnos la impunidad. ¿Les parece a ustedes normal comer 400 gramos diarios de regaliz? ¿Es que la devoradora de regaliz no tiene sentido del ridículo?

Yo creo que, en lugar de querellarse con el fabricante, lo que debería hacer esta señora es agradecerle que un consumo diario de casi medio kilo de regaliz únicamente le haya provocado problemas cardiovasculares. Si no tiene nada en el hígado, en el riñón, en el páncreas, en el estómago, en los intestinos, en el pecho, en los ojos, en el cerebro... ¿no será que la regaliz tiene algún efecto preventivo beneficioso?

Hay muy pocas sustancias de las que consumimos que sean perniciosas. Es simplemente una cuestión de dosis. Comer medio de quilo de lentejas --que dicen que tienen tantas propiedades-- cada día del año debe ser funesto.

Parece que estamos perdiendo el sentido común y el sentido de la propia responsabilidad. Veo venir que no tardaremos mucho en leer en los envases de leche este aviso: "Beber más de cinco litros de leche al día puede perjudicar la salud". Tiempo al tiempo.

Para defenderse de absurdas querellas, los fabricantes acabarán considerándonos estúpidos, y tendrán razón.