Tradicionalmente, en estas tierras la fiesta de Todos los Santos, el día 1 de noviembre, marcaba, cuarenta días después del equinoccio de otoño (22 de septiembre), el fin del buen tiempo. Era habitual que para entonces fuera cuando se estrenara la ropa de invierno: el dia de Tots Sants / guarda l´´avanico´/ i trau els guants.

Tiempo asociado a determinados alimentos pero, sobre todo, a dulces de larga conservación, capaces de aguantar durante mucho tiempo, como el membrillo o el mazapán, y suministrar una fuente de energía fácilmente digerible durante los meses fríos. En el caso de la ciudad de Castellón, además, tiempo asociado a la feria.

El 9 de mayo del año 1269, el rey Jaume I concedió a la villa de Castellón un privilegio (que todavía se conserva en el Archivo Municipal) por el que daba permiso para celebrar una feria que había de empezar ocho días antes de San Lucas (es decir, el 10 de octubre) y durar diez días consecutivos, otorgando asimismo protección y guía a quienes acudiesen a comprar o vender.

Aunque posteriores concesiones habrían de ampliar y modificar el calendario de las ferias castellonense, como la concedida en 1444 por la reina doña María conocida como fira del retorn, o la otorgada por Felipe II en 1564, lo cierto es que el documento de 1269 se refiere a la feria más antigua y constituye el punto de arranque de la actual de Todos los Santos que todos conocemos. O, dicho de otro modo, la feria que actualmente se celebra es lo que ha quedado y llegado hasta hoy de lo que desde el siglo XIII y durante mucho tiempo constituyó un acontecimiento económico muy importante.