Se construyen con las fiestas de la Constitución y la Inmaculada, más un domingo o dos, como este año. Los estudiantes cantaban en los cincuenta: "si las costumbres son leyes y las leyes respetamos el día 8 nos vamos hasta que pasen los Reyes". Este puente es el aperitivo de la Navidad.

Desde Castellón y Vilafamés fueron a la boda los parientes y amigos de Vicente y Mari Carmen. La pequeña calle Cordellats separa su casa de la Lonja y desemboca en la placita donde está la puerta principal de la Iglesia de los Jesuitas, en ella se casó su hijo, Vicente, con Inma. En un altar lateral se venera la Inmaculada de Juan de Juanes, según encargo del padre Martí Alberro, que iba dirigiendo al artista, tal y como se le apareció la Virgen y le pidió ser pintada. Al salir de la boda a la Plaza de la Compañía, antes llamada de les panses, un grupo de castellonenses contempló la placa de mármol en honor a Vicente Doménech, vendedor de pajuelas, que en 1808 cogió una hoja de papel sellado del gobierno francés que allí se vendía, la rompió, arrancó un trozo de su faja, lo puso en una caña y la enarboló como un estandarte, clamando: "un pobre palleter le declara la guerra a Napoleón". Allí empezó la Guerra de la Independencia en Valencia. A los invasores no se enfrentó el Rey, que abdicó en Bayona, ni los políticos; fue el pueblo el que se levantó para defender la patria.

Los franceses no están por conmemorar la victoria de Austerlich, el 2-12-1805, lección de arte militar, en la Batalla de los Tres Emperadores. Los fusiles y los cañones disparaban, muchos soldados morían y eso no está de moda. Han olvidado que los ejércitos de Napoleón llevaron por toda Europa las ideas de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa, 1789-1799, base de los derechos humanos. Tras la primera Constitución de 1812, los liberales fueron insultados ¡afrancesados! por los que aullaban ¡viva las cadenas! Las revoluciones nunca han triunfado aquí. Tras la última salvajada nacional del año 1936 y la muerte del dictador, los españoles reflexionaron y pactaron su mutuo perdón, sin fisuras. Lo pasado, pasado. Cediendo todos de sus sueños utópicos, se puso en marcha la Constitución de 1978, cuyo cumpleaños acabamos de celebrar. Veintisiete años de progreso social y económico en paz y libertad. Todo lo que nos ha convertido en un país moderno, europeo, respetable, unos pocos quieren romperlo y dividirnos como en los últimos 200 años.

El mismo sábado de la boda del hijo de Vicente y Mari Carmen, a mediodía, en la Puerta del Sol, donde se sublevó el 2 de mayo de 1802 el pueblo de Madrid contra Napoleón, 200.000 ciudadanos -sin señoritos, aristócratas, desechona, ni ultras, que estaban de puente- dijeron ¡basta! Los moncloitas no les oyen. El pueblo está harto, no quiere que su nación se rompa, ni que manden unos cuantos separatistas que no representan ni al 4,3% de los votantes.

Ángeles, que vive en la marjalería y limpia por horas por la mañana, dice que no entiende de política, pero que se rompa España le parece mal. Ella se preocupa por su marido parapléjico con una paga mísera y menos mal que sus hijas están casadas. A los catalanes les pasa lo mismo, según una reciente encuesta, quieren saber qué ocurre con la inmigración, la precariedad laboral, el acceso a la vivienda y apenas les interesa el Estatut. Poco antes del pasado día 3, en Génova, discutían los "sabios" del PP si debía ser una manifestación o una concentración, como se hizo. Se impuso Rajoy acallando a los que hablaban de encuestas ¡Se trata de España, idiotas! También ahora la gente de las marjalerías como Ángeles, el pueblo harto, acabará con este problema. En las urnas. Pronto.

El día 8 se inauguraron las Jornadas Gastronómicas de Vilafamés. Vicente y Mari Carmen y sus amigos fueron a misa, a la procesión y comieron juntos ¡qué bueno lo hacen todo en el mesón y qué maravillosos productos en los puestos! Las amas de casa ofrecían ¡bunyols i figues albardaes!