La actividad de las bandas de asaltantes de chalets no cesa, en España en general y en Cataluña en particular. Raro es el día que no leemos, oímos en alguna emisora o vemos en algún informativo el robo con violencia en alguna vivienda de lujo. Los delincuentes (murcigleros pues actúan de noche, van encapuchados y visten de negro) entran en la casa familiar maltratando y torturando sin piedad a los dueños, bajo la amenaza de matarlos, si no les revelan la ubicación de la caja fuerte y su correspondiente combinación. Esta oleada de asaltos llevados a cabo siempre con suma violencia y sin compasión, han conducido a la gente a que entre en una espiral de miedo atroz a sufrir alguna de estas acometidas.

La consejera de Interior en Cataluña, Montserrat Turá, aconseja que se avise a la policía ante cualquier sospecha y que se refuerce la seguridad pasiva, es decir, instalar alarmas y poner rejas. Obvio consejo por parte de la consejera.

Pero lo cierto es que estamos llegando a un nivel de angustia y miedo que hace que se disparen las ventas de un concepto de seguridad que siempre hemos pensado que era más propio de la paranoica sociedad norteamericana, pero que en verdad ya está aquí: La habitación del pánico. Este cuarto seguro que se popularizó con la película del mismo nombre, en el año 2002, es una habitación que tiene una puerta acorazada, paredes hechas de hormigón armado, un sistema de ventilación y filtrado de aire, una línea telefónica propia, alimentos y agua para subsistir varios días, una cámara de vigilancia y una alarma conectada a la empresa de seguridad contratada. O sea, un búnker en el domicilio. Suele estar dentro del propio dormitorio y su misión es proporcionar un lugar seguro. Lo peor de todo esto no es que tan sólo la gente acaudalada tenga acceso a una habitación blindada (ronda los 50.000 euros), sino el clima de desconfianza, inseguridad y aprensión al que estamos llegando. ¡Qué lejos quedan los días en que se dejaba la puerta sin cerrar con llave a la hora de acostarse!

Psicólogo clínico