Han pasado cinco intensos años desde que se creara la Academia Valenciana de la Lengua. Se trata del máximo órgano normativo de la lengua valenciana. Por acuerdo de los grandes partidos, su labor fundamental es superar el absurdo conflicto lingüístico que --sobre todo desde la ciudad de Valencia-- creara tanta cizaña en determinados momentos de nuestra historia. Es más, la redacción del nuevo Estatut recoge y legitima, si cabe más, la AVL como una institución fundamental de nuestro autogobierno.

La Academia se encuentra inmersa en pleno proceso electoral para renovar la dirección. Dos castellonenses han conducido durante este lustro sus destinos, confirmando la sensibilidad histórica de nuestra provincia por la cultura y la identidad del pueblo valenciano. Ahora han empatado en los votos registrados y se abre un nuevo periodo de deliberación que debe culminar en un desempate para que la AVL retome sus nuevos retos de cara al futuro. Un horizonte que promete datos tan esperanzadores como los que ayer publicábamos (seis de cada diez niños de infantil y de primaria cursan líneas en valenciano). Deben consolidarse y hay que arrinconar las polémicas estériles. La misión prioritaria de las instituciones de la Generalitat debe ser la extensión del uso cotidiano del valenciano en todos los ámbitos sociales. En un mundo globalizado, la defensa de lo propio cobra mayor sentido y la lengua es el principal patrimonio cultural de un pueblo.