Muchas condecoraciones se las concedió él mismo, y ahora las pone a la venta. Es el exgeneral chileno Augusto Pinochet, que quiere mantener un costoso nivel de vida. Los ingresos no le alcanzan y los fondos bancarios que se agenció están ahora embargados. No queda más recurso, pues, que poner en venta las medallas, los entorchados y los galardones que cubrieron su pecho.

No le ha de doler desprenderse de esos trofeos, que no ganó en la defensa de una causa que contara con el apoyo de las masas. Se las autoconcedió o se las otorgaron sus aduladores. Pinochet fue militar de despacho, de culo pegado a un butacón, que lució un uniforme más vistoso cada vez y que, cuando encabezó una acción militar, fue para imponer una tiranía a sangre y fuego. Una de las acciones más notables de toda su vida fue la reconversión en cárcel del estadio de Santiago, que sería después escenario de tantos episodios sangrientos.

Con la colaboración del diario ultraderechista El Mercurio, se ha montado un mercado de honores en decadencia y oropeles a beneficio del déspota chileno. Hombres de negocios adinerados pagan altos precios por la chatarra que lució el dictador. Hay auténticos acaparadores de glorias relucientes con la ayuda de un limpiametales. Alguno, incluso, se habrá visto en el espejo disfrazado de Pinochet, empuñando una réplica del bastón de mando, puesto también a la venta.

Se dice que esa gente paga generosamente al general golpista que les protegió. Chile vive el extraño fenómeno de la devaluación de los galardones. Costará que la gente de armas recupere la fe en recompensas que tienen un precio. Encima, parece ser que muchas de esas condecoraciones las tenía repetidas. El exgeneral era un tramposo.

Periodista y escritor