Dicen que hay 4 genios de la literatura: Dante, Shakespeare, Cervantes y Dostoievski. Los franceses, dicen los expertos, lo que tienen es muchos talentos juntos en el tiempo, pero ningún genio comparable (quizás, opinión personal, Victor Hugo). Parecidos, los hay en otros países. Flaubert tardó 4 años en escribir su Madame Bovary. García Márquez, así lo explica, funciona a folio por día (escribirlo y corregirlo). El genio se tiene, no se posee ni se aprende. El talento sí puede moldearse y la técnica estudiarla. Lo que a unos les sale de "carrerilla", a otros les cuesta sudor y lágrimas; y, en estos últimos, no todos llegan a meta (salvo conocidos best-sellers con "negros").

La cuestión es que en nuestra tierra (léase Castellón, Valencia y Alicante), tenemos muchísima imaginación y creatividad. Si alguien me descubre algún pueblo sin banda de música, sin grupo de teatro, sin aficionados al arte de Cúchares, sin pintores, escritores, amantes de la fotografía o a la escultura, le doy un premio. El caso es que todo se inicia (debe iniciarse) desde que casi naces. Lo de "me voy a ensayar", a muchos foráneos les suena raro, pero es la norma.

Yo recuerdo mi clase de chaval en escolapios. De los veinticinco que éramos, habían 15 artistas natos en todas las variedades posibles. Había uno que hacía maravillas con la tijera y el papel sacando caricaturas de perfil. También, 3 o 4 entusiastas de la pintura, y lo menos 10 estudiaban música. El resto, "rompería sus moldes" con posterioridad, pero siempre antes de los 15 años. Los escolapios, a los que critiqué en mi primer artículo de La regla (con La Petronila, por ejemplo), merecen mi máximo respeto y consideración: cualquier bachiller de entonces, y se era muy exigente, daba la talla donde fuera. Muchas carreras universitarias fueron posibles por sus enseñanzas y orientaciones. Pero, claro, eso no quita para que te acuerdes siempre de las anécdotas más llamativas. Si tuviera que elegir dos, éstas serían las mías: una, en 2° de bachiller (9 años). Clase de Religión. En estas edades ya se hablaba de cosas que no entendíamos la mayoría (por parte de los chaveas más avispados). Y como era un tanto tímido y personal, levanté la mano para hacer una pregunta que me agobiaba pues todos parecían conocer la respuesta menos yo. El padre Rafael, muy mayor ya, tuvo que "lidiar" la vaina. "Padre, ¿qué es joder?". "¡Pepito!" --así me llamaba-- "¿Cómo te atreves?". Total, que me puso de rodillas, cara a la pared, con los brazos abiertos y tres libros en cada mano, y luego, el tío, dio la explicación más natural, científica y moralmente correcta, que uno pueda imaginarse. Tras la rechifla general, todos lo escucharon boquiabiertos. O sea, que yo supe lo que era joder, "bien jodido". La segunda cuchufleta fue otro cura, que venía del extranjero, que nos hizo una especie de test psicológico. Entre otros, nos enseñó un panel con caras de mucha gente (lo menos trescientos), para que eligiéramos a los tres que nos cayeran más simpáticos. Resultado: en toda la Región yo era el único que había elegido a un asesino de mujeres, un violador compulsivo y un ladrón psicópata. Yo, ni me inmuté, a mí siempre me cayó bien la gente rara. A mi progenitor casi le dio un patatús.

A propósito de imaginación: Peláez era un vendedor de muebles magnífico. Un día le llegó un señor por un armario. Peláez le mostró una nave con dos mil. "¡Ya está, quiero ése, pero la mitad, así que traiga una sierra y me lo parte!". "¡Oiga, esto va por módulos, aquí no se corta nada!". El tío insistió tanto que Peláez fue a hablar con el dueño. El otro lo siguió sin que este se diera cuenta. "¡Don Amadeo, que allí, afuera, hay un gilipollas que quiere que le corte la mitad de un armario!". El jefe, dándose cuenta de que el otro lo tenía detrás, comenzó a hacerle gestos con los ojos para que Peláez se apercibiera. "¡Bueno --dijo éste viendo por fin al cliente-- Y luego está este señor que quiere la otra mitad!". Así lo resolvió el tío. "¡Peláez --dijo Don Amadeo-- es usted un fenómeno! ¡Qué reflejos! Nos podíamos haber metido en un follón. Mire si estoy contento que lo voy a invitar a una cena holandesa". "¿Holandesa? --soltó Peláez-- si en ese país sólo hay putas y futbolistas". "¡Oiga, Peláez, que mi mujer es holandesa!". "¡Ah, sí! ¿Y en qué equipo juega?". ¡Ála!

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