Horas antes de terminar el pasado año, ETA añadió dos muertos más a su larga lista de víctimas. Su intención era hacer una reaparición estelar y provocar una masacre. El pasado martes los terroristas no solo se atribuyeron la autoría del atentado de la T-4 de Barajas, sino que además amenazaron con que no será el último si no hay una respuesta satisfactoria, para la banda, por parte del Gobierno de la nación.

No se puede ser más ruin, abyecto, innoble, desleal, traidor e indigno. A lo largo de su negra historia, ETA ha declarado más de una docena de treguas, aunque la mayoría no se llegaron nunca a materializar. Las tres más importantes con los gobiernos de González, con el de Aznar y la reciente de Zapatero. Sus resultados todos sabemos cuales han sido. En todos los casos, la tregua sólo ha servido para fortalecer su red de apoyo y su arsenal.

Y es que todo recuerda a la historia de la rana y el escorpión, es su naturaleza y no pueden hacer nada por evitar asesinar. Recordemos el cuento. En la orilla de un río muy caudaloso un escorpión, que quería cruzar al otro lado, le pide a una rana que le cruce subido en su lomo. Primero la rana se niega por miedo a que el escorpión, una vez subido en ella, le pique. Por fin, convencida por el escorpión, accede a cruzarlo de orilla. En mitad del río, el escorpión le clava el aguijón a la rana. La rana, herida de muerte, le pregunta el porqué, puesto que ahora morirán los dos. El arácnido le responde que es su naturaleza y no puede evitarlo. Naturaleza asesina y sin posibilidad de cambio, esa es la esencia de la banda terrorista.

Pero, claro, para vivir de la sopa boba hace falta que alguien pague las facturas. Ahí entran en acción los métodos de extorsión que incluyen el envío de cartas a los empresarios, donde se les exige el pago de una elevada cantidad de dinero a cambio de su integridad física, vamos al más puro estilo de don Vito Corleone. Saben cual es el colmo: llegan a aplicar intereses de demora a quienes se retrasan en el pago, como si de un banco se tratara. Lamentable.

Psicólogo clínico