Las grandes historias lo son, en gran medida, gracias a las historias menores. En una gran historia como la de la Fábrica de Loza de Alcora, no menos interesantes son los entresijos, espionajes y luchas de poder que allí se sostuvieron.

El X conde de Aranda heredó la fábrica en 1742, de gran cultura, como buen ilustrado fue fiel al espíritu de la época de que la técnica todo lo hacía posible.

Fue esa idea la que le llevó a impulsar nuevas investigaciones en su factoría. En sus afanes, las bondades del terreno para la industria cerámica no eran suficientes. Él quería más, quería porcelana.

Para conseguirlo hacía falta material y gente de otros lugares que conociera el secreto de su fabricación, la lista de las personas llegadas de lejos para tal fin es amplia y la suerte que corrió cada uno diferente. Cloostermans fue uno de ellos.

Vino en 1786. Con gran talento y un punto de orgullo, mantuvo una intensa correspondencia con su señor que siempre lo apoyó. Al poco de llegar ya se le pedían resultados, él se justificaba ante el conde manifestando que "si no he avanzado en mis trabajos sobre la porcelana no es culpa mía, la naturaleza de las tierras es aquí diferente..." Aunque el asunto le dio no pocos quebraderos de cabeza, sus mayores problemas vinieron de otro sitio. En 1793 un bando del capitán general decretó la expulsión del Reino de los franceses. Pierre se fue, pero antes tuvo que depositar en la fábrica sus secretos.

Volvió a los dos años, por poco tiempo. El destino quiso que en enero de 1798, con pocos días de diferencia, el conde y el francés se fueran de este mundo.

Historiadora