El suceso ocurrido el viernes en Sudanell, localidad de 800 habitantes de Lleida, ha avivado en Cataluña la psicosis de la inseguridad en las viviendas de urbanizaciones aisladas y en pueblos pequeños ante la acción de bandas organizadas. El hecho de que el propietario de la propiedad asaltada matara a dos de los cuatro atracadores disparando una pistola de tiro olímpico que tenía en su casa ha aportado un elemento nuevo al debate: la conveniencia o no de guardar armas en los domicilios para hacer frente a posibles intrusos.

Se trata de un asunto muy delicado, porque toca la fibra de muchas personas que se sienten inseguras. De hecho, Sebasti Ges, el hombre de 64 años que no dudó en disparar cuando vio que los atracadores --encapuchados y uno de ellos con una pistola en la mano-- forcejeaban con su hijo para atarle, ha recibido el respaldo unánime de los vecinos de Sudanell. A ese generalizado apoyo no es ajeno el hecho de que los indicios hasta ahora conocidos apuntan a que Ges actuó en legítima defensa.

La corriente de simpatía que haya podido despertar Ges no debe dar paso a la idea de que hay que tener armas de fuego en casa para autodefenderse. Dejarse atrapar por esa cultura sería aquí un error que podría traer graves consecuencias. La posesión generalizada de pistolas o escopetas por el conjunto de la población solo beneficiaría a la larga a quienes están dispuestos a usarlas con menos escrúpulos, es decir, a los delincuentes.