No hemos hecho más que empezar el año y ya son cinco las mujeres muertas a manos de su peor enemigo, su pareja. La primera del año estrangulada en Madrid. Una brasileña en Lleida. La semana pasada, una mujer en Ciudad Real: su asesino se suicida. Y digo yo, que podría invertir los términos y eso que nos habríamos ahorrado, sobre todo ella. Otra, en Palma de Mallorca acompañada de un amigo, también muerto por el asesino; y el lunes, la última de la lista, en Soria, de un tiro y por la espalda. No hay manera. La Ley de Violencia de Género no auguraba muchos éxitos a corto plazo, pero si un rayo de esperanza.

Quizás hayamos olvidado que el ser humano es de mollera dura, tan dura que a veces tiene que pasar varias generaciones para que una ley se asimile y sea efectiva. Tendremos que esperar y no desesperar a que la educación haga efecto entre los más jóvenes y permita, con el paso del tiempo, ya no erradicar sino rebajar en algo estas cifras estremecedoras. Si a la incapacidad humana para desarrollar voluntariamente comportamientos saludables para con sus congéneres, añadimos la persistente falta de medios para abordar este grave problema, pues nos queda eso, más y más muertas. En Oropesa un maltratador es condenado a cuatro meses de cárcel. No entrará en prisión. ¿Habrá que esperar la triste noticia siguiente?

Un maltratador lo sigue siendo por mucho perdón que pida a su víctima. Sesenta y ocho muertas el año pasado. En Castellón se maltrata a una mujer por cada 439 personas, esa es la cifra que espeluzna con solo leerla y lo peor de todo es que los asesinos las querían o eso creían ellas.

*Periodista