Vivimos en el bienestar y el consumo en un mundo de desazón y desencanto. La oposición se queja sistemáticamente de la educación, el paro, el coste de la vida, la inseguridad, el trabajo, la salud y los desastres naturales, y, a ciegas, culpa de todo al Gobierno. Nosotros callamos porque confundimos la ética con la estupidez, la felicidad con la riqueza y la política con el arribismo y la ambición. Y porque descalificamos las ideologías en razón de quienes se apropiaron de ellas, apoltronados en un sillón y defendiendo sin amarlo ni disfrutarlo un puesto de trabajo al que acudimos para pasar las horas y cobrar una retribución que apenas hemos merecido; y encima nos negamos a admitir que en esto reside también la corrupción.

Decimos y repetimos que no vale la pena votar ni luchar por lo que creímos justo años ha, con el pretexto de que unos cuantos de los que se auparon al poder roban a mansalva el dinero que pasa por sus manos, y mientras tanto ni nos enteramos de que los jefes de ciertas tribus se homologan con la patria y el pueblo, invalidando con ello toda crítica y tratando de imponer sus creencias tramontanas y una cultura que, nacida de la repetición, la convención y el privilegio, carece de fuerza, imaginación y brío. Y en lugar de mantener el espíritu crítico y actuar en consecuencia, no hacemos sino sumirnos en el desánimo, la descalificación o el insulto, y dejamos de creer en la condición humana, que a fin de cuentas es la nuestra.

Nos avergüenza admitir progresos en las leyes sociales o mejoras de otro orden, como si por aceptar la labor de un Gobierno fuéramos inferiores en entendimiento y en razón. Y en cambio aceptamos que la estrategia política se imponga a la defensa de las ideas, nos dejan indiferentes los pactos antinaturales y no queremos ver que quienes anteponen a las ideas sus creencias, sean religiosas o morales, son nuestros fundamentalistas, nunca tan peligrosos y deleznables como los de otras religiones.

¿Será cierto que tan eficaz es el martilleo demoledor y salvaje de una oposición a la que, como todo el mundo sabe, solo le interesa el poder?

Directora de la Biblioteca Nacional