Los cinco atentados suicidas con camiones bomba en el Kurdistán iraquí, los más sangrientos desde la caída de Sadam, confirman no solo la fría y cruel determinación de los terroristas, sino el fracaso estrepitoso de todos los intentos de acabar con el horror y la urgencia de una salida diplomática multilateral que abarque un programa político para un país devastado. Las contiendas civiles se superponen en Irak --étnico-religiosa, regional y global--, todas ellas complicadas o exacerbadas por la presencia de la internacional yihadista, la cual está embarcada en una reconquista fanática que se inspira en los textos sagrados del islam.

Desde Indonesia al Magreb, Al Qaeda aglutina a diversos grupos que actúan de forma nihilista en una guerra santa contra Occidente y sus aliados o lacayos en el mundo árabe-musulmán. En su desafío del equilibrio mundial, los yihadistas aplican la teoría de que "cuanto peor, mejor".

Una gestión diplomática del desastre, que comprometa a todos los países de la región, incluidos Irán y Siria, todos ellos amenazados por la quimera del califato, deberá abordar el calendario de retirada de las tropas norteamericanas, una decisión condicionada por la influencia perentoria de la campaña electoral. Pero el cuerpo expedicionario del general Petraeus forma el último baluarte para mitigar la escalada del terror y eludir la calamidad geopolítica que augura Henry Kissinger.