Benicàssim tomará esta semana un acuerdo trascendente en materia turística. Recuperamos la tabla de horarios de cierre anterior a la entrada en vigor de la denominada zona acústicamente saturada. Un decreto que, sin duda bienintencionado, levantó ampollas y generó --según el propio sector turístico implicado-- la peor crisis de recaudación que se recuerda. Mientras tanto, los establecimientos de la playa de Castellón y de otros municipios se ponían las botas a costa de los clientes que dejaron de confiar en nosotros. Al tomar la decisión de sellar Benicàssim a la una y media sin distinguir entre categorías de establecimientos, se golpeó en la línea de flotación de la parte más importante del un sector económico que, reconozcamos sus méritos, ha querido apostar por nuestro municipio todo el año. Me refiero a quienes han invertido dinero y talento en ofertar calidad y, lo que resulta más destacable, han demostrado con su conducta una voluntad inequívoca de integración y respeto al vecindario. La declaración de ZAS daba como solución a los problemas del ruido una receta demasiado superficial: café con leche para todos. Tuvieses la licencia que tuvieses, todo el mundo debía cerrar a la misma hora. Pagaban justos por pecadores y no se lanzaba, precisamente, ningún mensaje clarificador para el establecimiento infractor por excelencia. No se combatía especialmente el fenómeno del intrusismo profesional que tanto daño nos ha hecho durante tantos años.

Por eso este gobierno ha tomado cartas en el asunto y, con el diálogo y el consenso como herramientas de trabajo, hemos reconducido la normativa. Lo hemos hecho en un tiempo ciertamente breve para lo que acostumbran a ser los plazos de la Administración pública. Nos hemos posicionado junto a los buenos empresarios y hosteleros del sector. La clave del problema no radicaba en una cuestión de horario. La clave del ruido radicaba, precisamente, en el ruido. Ese era el nudo del conflicto y, puestos a reorientar la estrategia para combatirlo, ahora hemos tomado nuevas medidas para intentarlo.

También tenemos claro que, en un orden de prioridades o preferencias, lo más importante es el descanso y la salud de las personas. La gente que vive en el entorno de los núcleos y enclaves del ocio nocturno debe tener las máximas garantías para su calidad de vida. Queremos significar que nuestro principal objetivo es evitar la implantación de toda esa piratería desaprensiva que ha contemplado siempre Benicàssim como una plaza para hacer su agosto, llenar la caja y desaparecer. Nuestro deber es cumplir la ley y coadyuvar a combatir, insisto, el intrusismo profesional. Los últimos años han contribuido a conformar un grupo de empresarios en Benicàssim con las ideas muy claras sobre el turismo y los públicos que necesitamos. Tenemos un sector cada día más maduro y responsable que no podemos ni queremos confundir con la rapiña que ha hecho de la litrona barata y orientada a un público adolescente un subproducto indeseable. Eso no es turismo. No lo ha sido nunca. Al contrario, esa deriva ahuyenta a los turistas y a los segmentos de la demanda que más necesitamos. Benicàssim no puede ser el recreo marchoso de los adolescentes de Castellón. No podemos, en modo alguno, aspirar solo a eso. Supongo que nos comprenderán desde fuera de Benicàssim. Nos lo debemos a nosotros mismos y a nuestra autoestima como ciudad con más de 100 años en el mundo del turismo. Podemos cumplir hasta cierto punto la función social de entretener a los jóvenes de la capital que pasan los veranos en nuestro municipio. Pero, atención, no confundamos esa versión de Benicàssim con el municipio turístico que anhelamos. Tenemos derecho a regenerar nuestra imagen y nuestra oferta. Abiertos a todos los públicos --como siempre y a mucha honra-- pero el Benicàssim que todavía queremos repensar debe poner sus acentos en aquello que nos permita no perder el tren de los mercados de la calidad. Los acuerdos que tomaremos esta semana en el pleno municipal nos sitúan en la senda de lo que queremos volver a ser. No lo tenemos fácil porque la prosperidad en el ámbito turístico depende de muchos factores y no pecaremos de ingenuos creyendo que con una nueva normativa se logran automáticamente los propósitos más nobles. Ahora bien, en esta cruzada a favor del turismo, peor lo tendríamos manteniendo los marcos legales que más pesimismo han creado en las últimas décadas. Últimamente hemos asistido a un debate surrealista sobre la importancia de un metro de mostrador --en medio de miles de ofertas similares-- en la feria de turismo de Madrid. Pues bien, respetando todas las ideas, la decisión que tomaremos este miércoles tiene un calado para el sector turístico infinitamente más trascendental e importante que el mostrador. ¿O es que queríamos atraer turistas para enviarles a dormir u obligarles a cenar rápido porque hay toque de queda para todos?

Alcalde de Benicàssim