Los campanarios son elementos paisajísticos de primer orden que ayudan a identificarlos y los dotan de personalidad. Al menos todos aquellos que no tienen la suerte de disponer de un castillo como Morella, Peñíscola u Onda. Solo hay que recordar el magnífico campanario de Alcalà de Xivert que, con el trasfondo rojo de nuestros atardeceres, convierten a este pueblo en una Skyline de una gran belleza. Aún tendremos que agradecer que la inoperancia de sus dirigentes haya impedido que se haya maltrecho su "línea de cielo" con edificios desmesurados, permitiendo así que desde la carretera nacional 340, desde la autopista o desde el ferrocarril podamos disfrutarla.

Pero lamentablemente esto no ha ocurrido en la mayoría de nuestros pueblos. Durante la vorágine urbanizadora y edificatoria de los pasados años se ha creado un cóctel fatídico: el agente urbanizador, los ayuntamientos sedientos de ingresos a través de las licencias y de la reclasificación inmisericorde de suelo, y unas normas subsidiarias y PGOU de los años 80 que no tenían ningún tipo de miramiento con el paisaje urbano y su impacto sobre los siglos de imagen.

Como resultado, nuestros pueblos y su estética tradicional desde siglos se ha visto absorbida por un muro de edificios de excesivas alturas y absolutamente impersonales. ¿Ejemplos? Cuando pasen por la carretera CV-10 a la altura de Borriol miren el pueblo y verán como no lo ven. Ha desaparecido dentro de una maraña de nuevos bloques. En nada se diferencia de cualquiera de los pueblos absorbidos por Valencia en su inexorable crecimiento metropolitano.

Abogado, urbanista