Joan Puigcercós abrió el juego renunciando a su puesto en el Gobierno catalán para centrar su actividad en la secretaría general de Esquerra. Su rival, Josep Lluís Carod-Rovira, ha movido ficha: renuncia a renovar sus cargos en el partido, del que es presidente, pero aspira a mantener su papel institucional: vicepresidente de la Generalitat y otra vez candidato a la presidencia de Cataluña.

Puede aducirse que Carod, simplemente, ha arrojado la toalla porque tenía perdida la partida con Puigcercós y que este, una vez se haga con todo el poder en el partido, difícilmente aceptará no ser él quien opte a la presidencia de la Generalitat en los próximos comicios ni permitirá a Carod seguir en la vicepresidencia del Gobierno. Pero en esta especie de tablero de ajedrez en que se desarrolla el juego político, el movimiento del presidente de Esquerra permite también otras interpretaciones: de esta forma aísla a su rival, porque Carod se suma a quienes desde dentro de Esquerra reclaman un modelo semejante al del PNV, donde están deslindados los cargos internos de partido de los institucionales, y porque abandera una renovación que, de imponerse, se llevaría por delante a Puigcercós y a buena parte de su equipo, que están al frente del partido tanto tiempo como Carod, y que son tan responsables como él de los problemas de Esquerra. Pero lo que de verdad importa es si este vodevil afecta o no a la gobernabilidad de Cataluña y, como consecuencia, al bienestar de la ciudadanía.