El próximo 2 de abril es el Día Internacional del Autismo. En la actualidad se estima que 1 de cada 10.000 niños lo padecen. El autismo es un trastorno generalizado del desarrollo que comprende deterioro de las relaciones sociales, problemas a la hora de procesar la información y un patrón de conducta restringido y repetitivo.

Toda la sintomatología puede variar de moderada a severa. El problema aparece dentro de los tres primeros años de vida, aunque los padres sospechan que algo no anda bien sobre los 18 meses, que es el momento en que acuden al médico explicando las anomalías que han observado. Por ejemplo, en el campo de la comunicación, se comunica más con gestos que con palabras, tiene un empobrecimiento del lenguaje o repite palabras o eslóganes comerciales. En el área de la interacción social, es retraído y prefiere estar solo. En lo que se refiere al comportamiento, apenas mantiene la atención, sus movimientos corporales son repetitivos y es muy perseverante (dedica gran cantidad de tiempo y esfuerzo en un tema concreto).

Existen otros tres trastornos generalizados del desarrollo: el síndrome de Asperger (como el autismo, pero con un desarrollo normal del lenguaje), el síndrome de Rett (tienen un perímetro craneal normal al nacer y entre los 5 meses y los 4 años hay una desaceleración del perímetro craneal; solo se presenta en las mujeres), y el trastorno desintegrativo de la niñez (después de 2 años de desarrollo normal se produce una regresión en todas las áreas de funcionamiento).

Tanto en el autismo como en los demás trastornos, el pronóstico depende en gran medida de la severidad del problema y de la terapia que se reciba. Ser autista es un reto tanto para la persona como para sus familiares, pero por fortuna el pronóstico es mucho mejor que hace unos años. Para seguir avanzando en el universo autista, parafraseando a mi amiga Anabel Cornago, hay que entrar en él, comprenderlo y orientar al autista a conducirse, de forma cada vez más independiente, en nuestro mundo real.

Psicólogo clínico