Hace tiempo que se sabe que el cambio climático no es un problema que pertenece en exclusiva al ámbito de la ecología. El brusco calentamiento del planeta va a tener tremendas consecuencias en la agricultura, la ganadería, el turismo y el desarrollo urbano. Es decir, estamos ante un problema económico de primera magnitud que afectará a sectores muy diversos y provocará grandes movimientos de población. Esta semana, por ejemplo, hemos conocido las funestas previsiones para el turismo de invierno vinculado a la nieve, que va a sufrir un fuerte retroceso, tal vez irreversible.

El Congreso Mundial de Turismo de Nieve y Montaña, celebrado en Andorra, ha concluido que una subida media de temperaturas de 1,8 grados hará perder a las estaciones de esquí unos 40 días de actividad por temporada, con lo que dejarán de ser rentables. En el Pirineo, donde la base de las estaciones está muy por debajo de los 2.000 metros, esta predicción es especialmente dramática, hasta el punto de que podemos estar en la antesala de la desaparición o, al menos, de la condena al raquitismo, de unos de los sectores que ha animado la economía de las zonas de montaña, poco pobladas y donde es difícil fijar población joven.

El sector del turismo de invierno debe buscar alternativas para hacer atractiva la montaña aunque falte la nieve. El senderismo, los deportes de aventura o el simple disfrute de la naturaleza son grandes atractivos de las zonas pirenaicas o alpinas.