La selección española de fútbol, que el jueves alcanzó en Viena el pase a la final de la Eurocopa 2008, ha desatado una ola de simpatía comparable a la que hace dos años suscitó el equipo de baloncesto que conquistó el título mundial en Japón. Varios son los motivos que explican esa sorprendente sensación positiva que, incluso en comunidades donde no hay un sentimiento españolista arraigado, transmite el grupo seleccionado por Luis Aragonés.

En primer lugar, la indudable calidad del fútbol desplegado por el equipo en este torneo, cuyo punto culminante fue la segunda parte del partido frente a Rusia, donde los jugadores españoles demostraron una extraordinaria calidad técnica individual unida a un eficaz sentido colectivo del juego. Algunos comentaristas han señalado que España nunca había jugado mejor. Frente a la España tradicional de la furia, que tantas veces fracasó, se ha impuesto la de la técnica y el sentido estético del fútbol de ataque. Pero en el éxito popular de la selección, pase lo que pase el domingo en la final contra Alemania, ha influido decisivamente el comportamiento de los jugadores y técnicos fuera del césped. El colectivo ha funcionado con profesionalidad y discreción, cualidad esta última difícil de lograr en un mundo tan expuesto a los medios de comunicación como el fútbol de élite en su máxima expresión. Por una vez, la selección española ha trabajado con calma, sin que las presiones externas hayan desviado la atención.