Querido lector:

Llegó el día D. La selección española de fútbol ya ha roto el maleficio histórico de no pasar de cuartos en competiciones oficiales y por tanto, el premio de jugar la final cubre sobradamente cualquier expectativa inicial y sitúa a España en la élite del fútbol mundial de verdad, no solo sobre el papel. Después, lo que España logre hoy es un añadido, una floritura, la guinda.

Si gana hará historia y los ríos de tinta sobre esta nueva generación privilegiada de fútbolistas, que practica el preciosista fútbol de los mejores tiempos de Brasil con un toque mágico en el centro del campo, una defensa férrea y autoritaria, un portero galáctico y una delantera goleadora... serán interminables. Las alabanzas a jugadores y técnico durarán y durarán, aunque no así a los federativos, siempre anquilosados y practicantes de la política del amiguismo.

Pero si pierde... pues deberá ser lo mismo. Un solo partido no es una frontera entre el cielo y el infierno, entre la cumbre y el abismo. El fútbol español, gane o no la selección esta noche, ha vuelto a entrar en el club de los mejores como era de justicia dado el nivel de la competición liguera española y nuestro papel como clubes en Europa, entre ellos el Villarreal de Senna, Capdevila y Cazorla.