Desde muy pequeños convivimos entre pelotas y balones. En el cesto de los juguetes siempre hay una pelotita donde el nene y la nena comienzan a desarrollar su movilidad y habilidad con las manos. La pelota sustituye a los juguetes más sofisticados o los importados de China. A los pocos meses de vida, el ser humano se ensimisma con la pelota y ya demuestra que durante su vida tendrá una relación especial con esa cosa redonda, autónoma, que parece tener hasta vida propia.

La pelota, en mi época de adolescente, era de papel. Aún recuerdo en el patio del colegio Herrero como 40 enanos corríamos como locos tras una pelota diseñada a base de papel de periódico y bolsa de plástico. Cuanto más duro y apretado era aquel curioso esférico, mejor. No obstante, las mejores pelotas las hacía mi abuela. En el patio de entrada de casa, los partidos con mi hermano se convertían en verdaderas finales como la de hoy. Aquellas, eran todos los sábados y no esperabas cuatro años para disfrutar. El partido acababa en drama para el perdedor.

Crecías y la vida seguía entre pelotas o, mejor dicho, ya entre balones. Pedro nos entrenaba en el colegio. Las Olimpiadas Escolares constituían un acontecimiento personal y colectivo para la muchachada. Ya el lunes andabas concentrado para el partido contra Escolapios o el Menor. Y el fin de semana concluía en Castalia, siempre junto con mis amigos del colegio. Por ello se entiende cómo millones de españoles hoy disfrutaremos viendo España, quizá, porque recuperaremos momentos inolvidables de nuestra vida, abrazándonos y llorando de alegría por lograr el triunfo.

Periodista