Aunque no están consagrados legalmente, los debates televisados constituyen los espectáculos más relevantes de la campaña electoral en EEUU. Muchos, como el inicial entre Kennedy y Nixon en 1960, fueron decisorios para influir en los votantes y anticipar el veredicto de las urnas. El primero del demócrata Barack Obama y el republicano John McCain no pasará a la historia como uno de esos momentos. Utilizaron argumentos conocidos y ninguno cometió el error que puede malograr la más impecable actuación.

En el debate, dedicado a la política exterior, ambos se hicieron eco de la crisis financiera más importante desde 1929. Coinciden en el diagnóstico del desastre y prefieren dejar el análisis y las recetas para cuando el panorama esté un poco menos confuso. No obstante, el demócrata ganó un valioso punto al sentenciar que la crisis es el corolario de ocho años de inoperancia republicana.

El asalto se animó al abordar la situación mundial, asunto en el que McCain estuvo algo más contundente que su adversario. Obama insistió en la connivencia de su oponente con el desastre de la guerra de Irak y fijó su prioridad en Afganistán, pero ninguno expuso un plan viable para acabar con la pesadilla. En un mundo en frenética mutación, cuando la hegemonía de EEUU está en entredicho y los problemas se multiplican, el próximo presidente deberá tomar decisiones cruciales cuyo acierto dependerá de la experiencia propia o ajena y del buen juicio.