Querido lector, el miércoles pasado y en este mismo espacio, escribí un artículo en el que traté de decir que lo peor de la historieta de C. Fabra (aún siendo mala cosa sus insultos a F. Colomer) es el hecho de seguir ocupando y ejerciendo en la Diputación como sino pasara nada. Alimentando esa falsa leyenda urbana que dice que un político puede hacer lo que quiera o, simplemente, que la justicia está lejos de la política. Artículo o reflexión que escribí porque lo propiciaban los comentarios de esa semana y procurando no ofender a nadie, presentando solo razones políticas.

Bueno pues, a pesar de ello, unas horas después (y digo horas) algunas personas utilizando todos lo medios a su alcance (el espacio de comentarios del periódico digital, el blog, el teléfono) trataron de contradecir mis consideraciones desde el disparate y el insulto personal. Pero, dicho sea de paso, esa agresiva actitud parece ser la habitual cuando alguien roza el caso Fabra: como ejemplo diré que aún no habían pasado dos días, una significativa persona del PP en Castellón acusaba sin rubor a F. Colomer de tener maldad política y ser hipócrita, estalinista y soberbio. Incluso, el mismo día y en el mismo periódico que rajaba ofensivamente el anterior personaje, se desahogaba otro miembro de la dirección del PP y de la Diputación, acusaba a ciertos medios de estar sufragados por José Luis Rodríguez Zapatero y denunciaba la excesiva atención que, según él, se daba al caso C. Fabra (en ese instante la portada de un periódico de tirada nacional decía que C. Fabra ingresó 15 millones de euros y, de ésos, aparecían 6 millones sin especificar el origen).

Querido lector, ante la defensa visceral (y en alguna ocasión hasta de forma irresponsable, usando un vergonzoso todo vale) que cierta gente le tributa a C. Fabra y su circunstancia, ante el empecinamiento de algunos que reclaman que siga y siga aún sabiendo de las graves presunciones que recaen sobre su actuación política, me he preguntado en más de una ocasión si alguno de esos amigos, correligionarios políticos, palmeros, o lo que sean de C. Fabra, han perdido el oremus, el sentido común-etc. ¡Sí! ¡No les miento! Me lo he cuestionado un montón de veces porque hay cosas que rayan la irracionalidad, parecen imposibles y dan vergüenza. No obstante, al final he llegado a la conclusión de que no están locos. Más aún, estoy convencido de que ahí, en ese mundo, también hay buena gente.

Supongo, por no decir que lo sé, que muchos de ellos en su fuero interno tienen claro que la pirueta que está viviendo la Diputación, desde un punto de vista político y moral, es una aberración que daña a la política, al político y a la democracia. Pero a pesar de todo guardan silencio o, con boca pequeña o grande, según convenga, defienden lo indebido, lo irracional. Unos piensan que no tienen más remedio. Saben que en un partido tan presidencialista como el PP de Castellón, donde una persona hace listas, ofrece cargos, designa- etc., si quieren estar deben demostrar algo más que lealtad, es decir, sumisión. Tanto es así que un amigo mío me decía que, por el interés de promocionarse se declaraba primero "fabrista" y después del PP. Otros, "no solo no están locos" sino que siguiendo la canción de los Ketama "saben lo que quieren, vivir la vida como si fuera un sueño, que nunca termine y sin dar justificaciones a nadie".

De cualquier forma, unos y otros, son conscientes de que algún día todo esto explotará sobre ellos y su partido. Aunque, eso sí, nadie les robará lo "bailao" y, como suele pasar en estos casos, le echarán toda la culpa sobre la "chepa" del jefe, de C. Fabra. En última instancia siempre podrán decir que no decidieron nada, que ellos no sabían nada.

Experto en extranjería