ETA pudo causar ayer una matanza enorme al hacer estallar un coche bomba en el aparcamiento del campus de la Universidad de Navarra. La zona no había sido acordonada porque el aviso de los etarras se produjo en una llamada a los servicios de urgencia de Álava en la que no se especificaba que el coche bomba había sido colocado en Pamplona. Que solo se registraran una veintena de heridos leves, la mayoría con cortes por vidrios o con problemas de oído por el estruendo de la explosión, es, por tanto, una suerte enorme. Ante tal brutalidad solo cabe una nueva condena --democráticamente necesaria por más que resulte repetitiva--, la solidaridad con las víctimas y la llamada a la unidad de los partidos políticos y de la sociedad civil frente a esta nueva muestra de barbarie.

El atentado se produjo dos días después de que las fuerzas de seguridad del Estado desmantelaran la incipiente organización de un comando en la comunidad foral, lo que indica que la banda puede estar débil, pero mantiene su capacidad mortífera. Ahora bien, a la eficacia policial se une en la batalla contra el terrorismo un clima político y mediático distinto al de la anterior legislatura, desde el que es más fácil aislar a los sectores que todavía defienden la violencia. La circunstancia de que la crisis sea ahora el asunto estrella de la política ha dejado en segundo plano la cuestión etarra, lo cual perjudica mucho los fines de los terroristas, cuyo deseo es estar siempre en el candelero.