La sociedad norteamericana tiene desde el domingo un nuevo héroe. Se llama Richard Phillips, es capitán de barco y mostró una gran valentía personal tras ofrecerse como rehén cuando piratas somalís abordaron el miércoles pasado su buque, el Maersk Alabama, que transportaba alimentos a Mombasa dentro de un programa de ayuda internacional. El cometido contra ese barco era otro más de los ataques pirata que se producen en el golfo de Adén, en aguas del Índico, por donde transita el 12% del comercio marítimo mundial y el 30% del crudo, al ser una vía natural de salida del Pérsico. Pero la novedad radica en que en esta ocasión la Marina de EEUU fue autorizada por el presidente Barack Obama a hacer una operación de rescate, cuyo resultado ha sido la liberación del capitán --que se lanzó al agua, jugándose de nuevo la vida-- y la muerte de tres piratas que lo retenían en un bote salvavidas.

Pero más allá del impacto emocional de la noticia, esta operación de rescate y la realizada por la Marina francesa el viernes para recuperar el velero Tanit --murieron un pasajero y dos bucaneros-- auguran un incremento de la violencia en esa zona del Cuerno de África, donde las autoridades de Somalia son incapaces de desmantelar las bandas de corsarios, antiguos pescadores que han visto en los abordajes de barcos una forma rápida de lucrarse. La presencia de buques militares para escoltar a los cargueros se hace imprescindible y España ya participa.