A finales de este mes de junio tendrá lugar la peregrinación anual de nuestra Hospitalidad Diocesana de Lourdes al Santuario de la Virgen en esta ciudad francesa. Este año va a estar dedicada a la “señal de la Cruz”. La cruz es un signo que pertenece a nuestra cultura occidental, con raíces claramente cristianas. Pero es ante todo es un signo religioso, lo que no quiere decir que deba quedar relegado al ámbito privado.

La cruz es el signo de identidad de los cristianos y, a la vez, signo del amor universal de Dios hacia todos. La cruz, en sí misma, es un poste y un travesaño a los que los romanos ataban a los conde­nados, con los brazos abiertos, con el fin de hacerles sufrir hasta la muerte. La cruz representa pues lo más negativo de la experiencia humana: la violencia, el sufri­miento y la muerte. Pero Dios la escogió precisamente para manifestar su amor al género humano. Así, Jesu­cristo, Dios y hombre, por amor entregado hasta el final no solo asumió lo peor del sufrimiento humano y lo más indigno de la muerte, sino que él lo convirtió en el lugar de encuentro de Dios con el hombre, del triunfo de la vida sobre el pecado y la muerte al ser resucitado por Dios a la vida gloriosa.

La cruz de Cristo es cruz gloriosa. Si en vida nos unimos a ella, las cruces de la vida serán venci­das por Cristo crucificado, ahora resucitado. Para ello hay que dar antes un giro y reorientar la vida en la dirección de Cristo. Es necesario que Cristo cambie nuestra manera de pensar, de sentir y de amar. La cruz es cruz gloriosa y da la certeza en vida, que aguardamos la au­rora de una vida interminable. La cruz significa cercanía y certeza moral de salvación con el y del amor de Dios hacia todos.

Al recibir la señal de la cruz en la frente, el bautizado reci­be la clave de toda su vida. En adelante, unido al señor, su existencia puede ser una pas­cua, es decir, un paso de su realidad, marcada por la miseria, el pecado y la muerte, a la realidad de Cristo. Desde el bautismo hasta el último suspiro, la vida de todos los bautizados está puesta bajo la señal de la cruz. Por ello hemos de aprender a hacer la señal de la cruz, a hacerla bien, lentamente y con atención, en privado o en público, sin miedo ni vergüenza a manifestar lo que somos. Es una bendición: somos bendecidos por Dios. H