El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se puso ayer en su papel de comandante en jefe de las fuerzas armadas para hacer una demostración de su autoridad sobre los militares. Sin embargo, la brecha abierta entre el Pentágono y la Casa Blanca por las declaraciones denigratorias e insultantes hacia el poder civil del hasta ayer jefe máximo de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán, el general Stanley McChrystal, será difícil de zanjar.

La llamada de Obama a la unidad en la lucha contra los talibanes y Al Qaeda en Afganistán era obligada, pero la erosión causada por este pulso tiene muchas repercusiones, y ninguna buena. Afecta al presidente, obligado a prescindir de alguien a quien nombró y que no ha respondido a la confianza en él depositada. A las fuerzas estadounidenses, que ven cómo uno de sus más brillantes estrategas ha cometido un grave error, y a la propia estrategia desarrollada sobre el terreno, ya que las divisiones y discrepancias siempre son un preciado maná para el enemigo al que se intenta combatir. Se supone que el sucesor de McChrystal, el general David Petraeus, será el continuador de la estrategia centrada en la contrainsurgencia con la que se intentaba evitar, en lo posible, las víctimas civiles, pero no le resultará fácil hacerlo con el equipo del relevado.

Esta crisis ha estallado además en un momento en que de Afganistán solo llegan malas noticias. La violencia se ha disparado en las últimas semanas. La ofensiva lanzada en febrero en Marja no ha dado los resultados esperados y tampoco parece que se den las mejores condiciones para lanzar una operación de mucha mayor envergadura en Kandahar, la gran ciudad del sur. Un informe recién publicado por el Congreso asegura que Estados Unidos está financiando con decenas de millones de dólares a señores de la guerra, funcionarios corruptos y talibanes. El vecino Pakistán tampoco ayuda. Canadá y Holanda ya tienen previsto retirar sus tropas. Y la retirada total de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN, dejando atrás un país más o menos estabilizado, debería producirse dentro de un año, lo que a estas alturas parece una misión imposible. Nueve años después de iniciado, Afganistán sigue siendo un conflicto intratable.