La pasada semana el Congreso de los Diputados acogía el debate sobre el balance de la Presidencia Española de la Unión Europea. El titular del mismo podría ser: De la esperanza al desconcierto en tan solo un semestre

Era de esperar que el presidente del Gobierno tratara de sacar lustre a los exiguos resultados de los seis meses de una presidencia deslucida en la que, precisamente el Sr. Rodríguez Zapatero ha sido el gran ausente. El Gobierno no estuvo, como es ya costumbre, dispuesto a hacer ninguna autocrítica a su gestión aunque existan razones fundadas para ello.

Si hubiera que valorar la Presidencia Española se podría otorgar un suspenso sin reparos. Quiero recordar que no fue solo el Ejecutivo quien confió en la oportunidad que se brindaba a España para prestigiar nuestro país y nuestros intereses. El Partido Popular apoyó lealmente desde el principio y hasta el final los objetivos marcados por el Gobierno de la nación. Para ser francos, no lo hicimos por devoción, sino más bien porque considerábamos que el afán de que transcurriera con éxito nos debía comprometer a todos. Pero estos días finaliza la Presidencia Española y es necesario hacer el balance de lo que ha resultado ser otra ocasión perdida.

Zapatero fió sus cartas a esta representación, y más concretamente a la Cumbre Europa-Estados Unidos, ese acontecimiento planetario que no se produjo porque Obama suspendió la visita. Tengo el convencimiento de que cuando el presidente del Gobierno supo que el acontecimiento histórico en nuestro planeta (Pajín dixit) no se iba a producir se desinflaron las esperanzas depositadas para aprovechar el semestre y relanzar a un Zapatero en el que cada vez empezaban a confiar menos españoles.

Un presidente que se cansó de afirmar que España lideraría la recuperación económica europea y hemos terminado convirtiéndonos en un protectorado intervenido y tutelado por nuestros socios porque hemos pasado a ser los campeones del paro y del descrédito.

Zapatero no ha logrado lo que pretendía ni para Europa, ni para España, ni para él mismo. Porque confió su empeño, fundamentalmente, en mejorar su imagen y el semestre ha pasado inadvertido para la inmensa mayoría de los españoles, más preocupados por encontrar trabajado o por no perderlo que por los fastos de la Presidencia. Como afirmaba el presidente Rajoy en su intervención en el pleno del Congreso, Zapatero pensaba escribir el guión europeo y resulta que otros se lo han escrito a él. Abandonamos la Presidencia con una economía, la española, con más dificultades que cuando la iniciamos y hoy estamos en el punto de mira de todos los mercados.

Desde su incorporación a la Comunidad Económica Europea en 1986, después de una negociación iniciada por Adolfo Suárez e impulsada por Leopoldo Calvo Sotelo, España ha tenido una contribución decisiva al proceso de construcción europea. Felipe González supo dejar atrás sus prejuicios, rectificó y afianzó la pertenencia de España a la OTAN, un aspecto esencial en la negociación con nuestros vecinos europeos.

También tuvo la visión y la capacidad política de impulsar la creación de los Fondos de Cohesión, que tanto han beneficiado a España. Jose María Aznar supo mantenerse firme en la creación de un euro fuerte, que naciera con España como fundadora junto a todos los países de la Unión Europea excepto dos. Esa firmeza la demostró con su negativa a la propuesta de Romano Prodi de crear un euro de dos velocidades y haciendo los deberes para que España cumpliera los criterios de convergencia.

También impulsó, junto a Tony Blair, la Agenda de Lisboa y la primera versión del tratado de Niza, por el que se daba luz verde a una Unión más amplia y en la que España reforzaba su posición. ¿Qué se podrá recordar de Zapatero? Lo único relevante quizá sea su renuncia --sin contraprestación conocida-- al peso que España adquirió con gobiernos anteriores, tanto socialistas como populares; y en el capítulo de las anécdotas, el ridículo cósmico que ha protagonizado en el último semestre. H