En los 500 millones de usuarios de Facebook creo que, entre los amigos, no aparece el nombre de Alejandro Magno. Él, que fue un ejemplo de amistad difícilmente igualable…, aunque una amistad muy diferente a la que se pregona, muchas veces, por aquellos u otros medios. Verán.

Afectado de una grave enfermedad, solo un médico, amigo de infancia, se atrevió a preparar una bebida para su curación. Poco antes de tomarla, el rey conquistador recibió una nota alertándole del peligro, ya que se presumía un envenenamiento. Alejandro bebió la copa íntegramente, de un trago, sin dudar un momento, y después entregó la nota a Filipo de Acarnania, que así se llamaba el médico y amigo. Fue la mejor prueba de una buena amistad: la llamada copa de Alejandro, que ha pasado a la historia como símbolo de la confianza absoluta.

De la amistad se habla con excesiva ligereza, en demasiadas ocasiones, y uno, o una, presume de tener muchos amigos –como es el caso de Facebook, por ejemplo-, sin reparar en la dificultad que esto supone. La amistad, como ya dijeran los clásicos, consiste más en querer que en ser querido, entraña confianza y sinceridad, fidelidad, respeto y, sobre todo, reciprocidad, puesto que donde no hay reciprocidad no hay amistad, decía también Platón en uno de sus diálogos. Tiene mucha relación con el afecto y el amor, con la comprensión y la empatía. Es, como afirmaba Aristóteles, “un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”. Es un ser-con-el-otro, al que llamamos en los momentos de triunfo y el que viene, sin llamarlo, en las dificultades. Solo en estas se conoce el verdadero amigo.

Hoy parece que la verdadera amistad está en crisis y el interés prima sobre la sinceridad. Quizá tampoco educamos en este valor a las nuevas generaciones, sin pensar que “esa virtud sola haría feliz a todo el género humano”. Tal vez sería preferible apurar la copa de Alejandro e incluirle en la lista de Facebook como modelo de amistad. H