Los trapos sucios de la guerra de Afganistán publicados el lunes por tres cabeceras de difusión internacional, gracias a la información reunida por la web WikiLeaks, no constituyen una gran revelación, pero tienen el enorme valor de proceder del Pentágono. Es decir, confirma que Estados Unidos oculta desde el 2004 información que, lisa y llanamente, no hace otra cosa que ratificar la desastrosa gestión del conflicto afgano con su correlato de víctimas civiles, corrupción rampante y doble juego en el frente paquistaní. Nada que no se supiera, pero que estados Unidos y sus aliados quisieron mantener en secreto.

Por todo ello, las informaciones difundidas el lunes por The New York Times, The Guardian y Der Spiegel son bastante más que la confirmación del secreto de Polichinela. Porque desnudan los argumentos oficiales sobre la marcha de la guerra; porque ponen en tela de juicio las explicaciones dadas hasta le fecha por Estados Unidos. En última instancia, porque ponen de manifiesto un fallo general de seguridad. Para los sistemas democráticos, cada vez más condicionados por la opacidad del poder, la filtración tiene efectos regeneradores. Confirmar a la opinión pública lo que todo el mundo intuía no pone en riesgo nada que no lo estuviera antes.